domingo, 6 de agosto de 2017

La ira

Vivo rodeada de un montón de personas furibundas a las que les gusta demostrar a pleno pulmón lo enfadadas que están, sobre todo después del anochecer. Ayer, cuando apenas había conseguido dormirme, desperté por el llanto de una mujer ; era semejante al maullido de un gato. Mi subconsciente es selectivo. Los gritos previos me permitieron seguir durmiendo sin problema, aunque asegura Mickey que eran como un matadero donde desollan vivos a los animales. Nuestro vecinos de arriban se peleaban. Los conocemos. La mujer tiene una voz muy dulce, de niña pequeña, tan melosa por su timbre agudo que dan ganas de taparle la boca cuando, encima,  habla utilizando una retahíla de diminutivos. Peleaban por algo del pasado. La mujer aseguraba que Pablito, el hijo mayor de la pareja, padece asma porque la familia del marido la obligó a limpiar todo un remolque de panochas cuando estaba embarazada de 8 meses. La mujer lloraba por la adolescente boba e ingenua que fue, incapaz de defenderse a sí misma. La mujer hace ruiditos al caminar. La hemos visto un par de veces en la calle y a cada paso que da sus muslos suenan: ras-ras-ras... como los muebles oxidados de un colchón bajo una pareja de amantes fornicando. Supongo que llevará algún tipo de prenda de tortura que aprisiona sus carnes, sofocándola. Del marido, exceptuando que es anodino y está casado con esa extraña mujer, no se puede decir nada. 

Al rato, aunque me dio la sensación de haber simplemente pestañeado, volví a despertar por otra bronca. Una abuela llamaba puta a la madre de su nieta y a la propia nieta, asegurándole que si se quedaba preñada ella no cuidaría del bebé. La nieta bisbiseaba hasta que la persistencia de la abuela le hizo perder los nervios: Coño, Yaya, que he estado en Bérchules con papá. Pregúntale a él. Funcionó, se hizo el silencio durante un rato, hasta que amaneció y dos hombres jóvenes discutían por ver quién iba a utilizar el baño antes. La luz del día fue un antídoto para la rabia: todos se callaron. 

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