lunes, 3 de julio de 2017

Perdida tras el espejo

¿Por qué escribes tanto? 

Mickey trae un pliego de lija al agua y me la pasa una y otra vez por la dureza del índice, con suavidad, como si fuera una caricia, hasta conseguir que el callo que me produce el bolígrafo, mengüe. 

Tardo en responder. Le digo que soy dislexica. Necesito escribir las palabras para no olvidarme de ellas. 

Me arrastra a Torremolinos. Quiere que conozca a una de sus alumnos. Delante de ella tengo que llamarlo Juan Pedro. 

Quedamos en un bar. La alumna se llama Alicia. Es menuda. Rubia platino con cejas tupidas y negras. Muy nerviosa. De mirada esquiva. A Mickey lo llama maestro, como si se tratara de un título nobiliario. Este año se ha dado por vencida en los estudios porque es disléxica y le cuesta mucho leer. También se hace un lío con los números. Compartimos experiencia. El mismo principio. Pero casi de inmediato nuestros caminos se bifurcan. Su familia no se preocupó de su problema. Ni siquiera sabían que existía. Sacaba malas notas y la castigaban por creerla perezosa. Con once años dejó el colegio. Con 17 se echó novio y tuvo un hijo. Ahora quiere trabajar en lo que sea, pero incluso para camarera de pisos o limpiadora le piden un mínimo de estudios acreditados. 

Acepta mi número de teléfono y unas palabras de ánimo. Cuando la miro, sé que su sonrisa triste es reflejo de la mía. Si mi familia hubiera sido tan negligente como la suya, ahora yo también estaría perdida.

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