sábado, 1 de julio de 2017

Otra vuelta de tuerca

¿Qué somos? Mickey me ha presentado a alguno de sus alumnos como su novia, pero nuestra relación no es tan seria. Sabemos que se trata de algo efímero, una época de transición para volver a confiar en las parejas. Sin embargo, no paramos de preguntar y hablar, como si necesitáramos conocer todo del otro. Le gusta dormir de frente. Su aliento en mi pelo, el mío en su cuello. En más de una ocasión me ha despertado al intentar hacerme cambiar de postura. Dice que no es normal que las parejas se den la espalda. Lo castigo haciéndole una pregunta. Soy cruel, si habla, se desvela del todo. 

¿Por qué adultos? ¿Por qué no niños?. Conoce la respuesta, no necesita pensarla. 

Por culpa de Felipe González. Uno de mis primeros alumnos. Llamarse como un político no era lo único que lo hacía sobresalir entre los demás niños. Estaba cebado y era muy alto. Parecía el profesor entre los alumnos. Y para colmo cualquier cosa lo hacía llorar. Un día que estaba de vigilante en el patio durante el recreo, les prohibí jugar al látigo. Y claro, Felipe se puso a berrear. Le expliqué, como si hablara con un adulto, que si alguno de sus compañeros o él era lanzado contra las ventanas o puertas de vidrio que rodeaban el patio, se podría hacer mucho daño porque el cristal se convierte en cuchillos cuando se rompe. Pasó menos de una semana. Felipe empujó a uno de sus compañeros contra la puerta de cristal. Se rompió pero era vidrio templado y por fortuna el chaval no se hizo mucho daño. Cuando fui a regañar a Felipe, me lo encontré con los mofletes ardiendo y la cara llena de lágrimas y mocos. "Bueno, al menos tiene remordimientos de conciencia", pensé. Pero al acercarme, el hijo de puta me suelta: "Maestro, eres un mentiroso. El cristal no se rompió como cuchillos". 

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