lunes, 17 de julio de 2017

El sabor del milagro

Esta casa está llena de ruidos extraños. Las persianas son de aluminio, excesivamente ajustadas, y cuando menos lo esperas ¡crack! suelta un crujido de hueso quebrado. Como tengo la ventana abierta y estoy a muy pocos metros del suelo, todo el que pasa por la acera parece colocarse durante unos segundos en el piso. Sus respiraciones, sus toses, sus canturreos... parecen emitidos junto a mi oreja. Y a lo lejos, un perro aúlla lastimero. Seguramente porque los dueños lo han dejado encerrado en el balcón.

A mi madre no le gusta escuchar esos aullidos. Está convencida que vaticinan alguna desgracia. 

La primera vez que lo escuchó, hubo una masacre, decenas de muertos. ¿Cómo compensar con raciocinio lo que parecía el fundamento de una superstición? 

Cuenta que por aquél entonces la obligación del cumplimiento de las leyes municipales era más laxa. No estaba permitido tener en los patios de las casas del pueblo animales, pero nadie hacía caso a esa ley. Conejos, gallinas, palomas, tórtolas, pavos, patos... hasta cerdos y alguna que otra vaca. El pueblo apestaba, pero sólo para los extraños. El olfato de los autóctonos se había acostumbrado al hedor. 

A una noche del lastimero llanto de un perro, le siguió una mañana de terror. Más de una docena de conejos habían muerto y un cerdo estaba enfermo. Eso fue el primer día, al siguiente no quedaba ni un conejo y los cerdos enfermos eran muchos. A los demás animales no les afectaba la epidemia. 

Una vecina de mi abuela le regaló a mi madre un par de cerditos. Un macho y una hembra. La mujer era de espíritu sensible y no creía soportar ver a sus gorrinos morir. Pero aquellos marranos aguantaron. Todo el pueblo sin cerdos y aquellos dos seguían engordando para su san martín, completamente sanos y lozanos. La hembra incluso se quedó preñada y soltó una piara enorme que fueron vendidos en cuanto los destetaron, exceptuando a dos, que le regalaron a la dueña original de los gorrinos. ¿Tiempo que tardaron en morir los cerditos? Una semana. Por eso, desde aquel momento, llamaron a mi madre La niña de los milagros. Lo prefería a Turrón de azúcar, que era su mote original. Pero, de milagro, nada. El veterinario le aconsejó que encalara la pocilga un par de veces al año y que una vez a la semana lo desinfectara con Zotal. Lo hizo, como el resto del pueblo, pero lo de encalar la pocilga lo pasó de una vez al año a una al mes y lo de desinfectar, a días alternos.

Como no quiso probar la carne de sus cerdos, tuvo que confiar en quienes sí lo hicieron para saber que, a pesar de sus temores, los filetes de lomo y los chuletones de jamón, no sabían a Zotal. 


2 comentarios:

  1. Un producto andaluz conocido de forma general. Además siempre escuché hablar de "ZOTAL" como nombre genérico. Una empresa, supongo que no muy grande, pero arraigada en Camas, Sevilla, desde 1909.

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    1. Lo utilizaban mucho en el destacamento donde viví. Imaginaba que era una marca norteamericana porque los militares eran muy afines al Made in USA. Jamás imaginé que fuera una marca andaluza.

      Aún lo fabrican, porque mi hermano lo utilizó hace poco para desinfectar el patio de la nave donde trabaja, aunque huele diferente a como yo recordaba.

      Me gusta que no hayan cambiado la estética ni el material del envase. Es bonita.

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