domingo, 18 de junio de 2017

Sumas que restan

Lo bueno de la separación, es que me he quedado con casi todos los amigos que teníamos en común. De Pere me apoderé casi de inmediato. Incluso antes de escapar de Barcelona y de la crisis económica. Éramos aliados, enamorados del mismo hombre. 

Hace unas semanas, más de cinco porque aún hacía frío, vino a visitarme, rebotado de Madrid. Lo había invitado Guille, pero de inmediato se dio cuenta que era un convidado de piedra. Siguió para abajo, para Andalucía, parapetado en una excusa de trabajo por si yo también le hacía un desplante. Fue divertido tenerlo por aquí. Como él dijo, hicimos cosas de chicas. Vimos películas romanticonas juntos, preparamos comidas exóticas sacadas de Internet y nos pintamos las uñas de los pies, para placer y disfrute de los posibles amantes, porque aún no era tiempo de sandalias. Una noche, acurrucados en la cama, intentamos ver Julieta; aunque a ambos nos gustan, por lo general, las películas de Almodóvar, nos quedamos dormidos en una de las primeras escenas. Cuando Julieta se encuentra con una amiga y le destroza los planes de marcharse de Madrid. El calor de las mantas y el cansancio nos hicieron caer en un sueño tan profundos que ni siquiera la estridencia de la música de la banda sonora nos sacó de él. A Pere, paradójicamente, lo despertó el silencio que siguió a la película, y al verme dormida a su lado, nos sacó una fotografía. La colgó en su Instagram con el comentario: ¡Ay, mami, a tu hijo lo han vuelto hetero! Todos sus amigos se lo tomaron por lo que era, una broma, menos Guille: Queca, eres patética queriendo darme celos así. Confieso que su comentario me dolió por demostrar lo poco que me conocía. Aquella fue la segunda vez que me había llamado patética. 

La primera ocurrió pocos días después de marcharse. Acepté la invitación de un compañero a compartir su estudio en El Rincón de la Victoria (aunque al final no ha dado resultado). Guille me llamó patética por salir escopetada cuando su socio se apoderó de nuestro antiguo estudio de Málaga. Nunca me gustó su compañero, y si lo toleraba era exclusivamente por él. Por supuesto, querer imponerse, aunque hubiéramos tenido alguna relación, era injusto; pero me hizo daño porque era la primera vez que me insultaba. 

La tercera vez que me llamó patética, aunque sí existió daño físico, no me dolió en absoluto. Nos peleábamos por los coches delante de los abogados, que debían de pensar que éramos críos enfurruñados por no querer ceder sus juguetes. Quiso quitarme un llavero, la anilla se me trabó en el pulgar. Me hice daño. Se inflamó de inmediato, y Guille me llamó patética porque no pedí hielo para evitar la hinchazón. Nada. En aquella tercera ocasión no sentí nada. 


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