domingo, 18 de junio de 2017

La voluntad de Dios

Cierro los ojos antes de dormir y me esfuerzo en imaginar que fuera diluvia. Los meteorólogos prometieron tormenta estos días, y supongo que es una promesa cumplida porque hubo truenos y el viento que precede a la lluvia, pero fueron tan pocas las gotas caídas que han dejado cráteres limpios de polvo en la superficie monocromática de los coches. 

La realidad se impone a la imaginación. La ventana está abierta para que entre el aire fresco de la noche, aunque lo que se cuela principalmente, son las conversaciones de los paseantes nocturnos, tan desacostumbradamente cercanos -mi nuevo apartamento está a solo 3 metros de la rasante de la acera- que a veces me asusto por creerlos en mi misma habitación.

Hace un rato, a eso de la una, un hombre, con pocas ganas de llegar a casa porque su caminar era lento, pasó hablando por teléfono. Y lo hacía en un tono tan alto que delataba que su interlocutor estaba sordo, o tal vez adormilado, o  tenía poca cobertura. 

- En la misma zona, tío. Estuvimos en el mismo pueblo. Imagina que hubiera ocurrido un año antes, tío. Estaríamos todos muertos. Y hasta pensábamos ir este año porque el sitio es de puta madre. Unos paisajes alucinantes. Claro que ahora serán puro carbón. Porque Dios ha querido que este año me den las vacaciones en agosto, tío, que si no estarías en este momento preparando nuestros entierros. A la Tere le dije este mañana: Niña, compra una tarta que tenemos que celebrar la suerte que hemos tenido. Que podríamos haber sido nosotros....

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