domingo, 18 de junio de 2017

El amante

De todos los muebles que había en el apartamento, sólo he conservado una lámpara con ventilador incluido. Siempre quise tener una, aunque me parecían aparatosas e inútiles. Esta es muy bonita. Las aspas son de madera lacada del color del cerezo. Parecen la hélice de un avión antiguo. Tiene bombillas de bajo voltaje que, extrañamente, apuntan al techo. Cuando la hélice gira, el dormitorio se llena de sombras a intervalos regulares. Es hipnótico. Tranquilizador. Aunque sólo consigue remover el aire caliente, y espantar, tal vez, alguna mosca que se cuele por la ventana abierta. No refresca la piel pegajosa por el sudor, ni retarda que los cubitos de hielo se deshagan dentro del empalagoso zumo de piña y coco. El deshielo lo hace apto para mi paladar. El frío del líquido condensa en el vidrio las gotas de agua. Escurren por su superficie y empapan la servilleta de papel que utilizo como posavasos. El hielo, al cambiar de estado, hace ruido y se mueve dentro del líquido, como si tuviera vida animal. A esta hora, pasadas las cuatro, es fácil distinguir los ruidos de la casa. El exterior se ha sumido en el silencio; el extraño intervalo entre los que trasnochan y los que madrugan. Hoy, que es mi primera noche sin compañía en una semana, soy más consciente de los ruidos de mi alrededor. La extraña cercanía de la calle me hace recordar una película que vi hace mucho, y el libro en que se basa, que leí hace aún más. Unos amantes mantienen relaciones en una habitación protegida del exterior por unas puertas fraileras. No recuerdo si en la película la cercanía de los extraños excita a los amantes. Yo, lamento haberme dado cuenta de esa falta de privacidad demasiado tarde. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario