domingo, 5 de marzo de 2017

Hinchazón del ego

Por fortuna, de la casa de mi madre ha desaparecido la habitación de los trofeos. Cualquier premio que ganáramos o diploma que nos concedieran, por insignificante y masivo que fuera, ella lo colgaba en sus paredes o se convertía en un objeto más saturando las estanterías y vitrinas. Lo malo es que regularmente me requería para que les limpiara el polvo. 

Cuando hace unos días anunciaron que un estudio catalán de arquitectura había ganado el premio Pritzker, dio la casualidad almorzaba con mi madre en su casa. No te preocupes, seguro que en poco tiempo tú también ganarás premios de esos, dijo. Algunos padres tienen tanta fe en sus retoños, que resulta enternecedor. 

No le dije que la arquitectura que hago yo no gana premios. La mayoría de los proyectos que salen de mi estudio son casitas entre medianerías con elementos constructivos estándar, para personas de una economía media y realizadas por constructores acomodados en lo aprendido hace años. Estoy cómoda en la posición que me ha tocado jugar en mi profesión. Aunque a veces, mientras proyecto algunos detalles solicitados por los clientes, susurro: Perdón, Juan Domingo (uno de mis profesores más admirados). 

Lo hice la semana pasada, mientras buscaba al marmolista para que hiciera medias columnas salomónica para adosar junto a las jambas de la puerta de un cliente de un gusto algo retorcido.  No se lo advierto a mis clientes, pero en estas ocasiones recurro a un marmolista que, principalmente, hace lápidas o pequeños trofeos de mármol. 

La primera vez que fui a su taller avergonzada con uno de esos diseños excesivos y raros de un cliente, me enseñó el trozo de mármol que estaba grabando. Un tal Jesús -no recuerdo los apellidos- había ganado el primer premio de fotografía interurbana de Liechtenstein. Aquel sujeto se solía otorgar con regularidad algún que otro premio. El marmolista pensaba que el sujeto era un engreído insoportable y un mentiroso patológico. Yo, en aquella primera ocasión, creí que el tal Jesús tenía un sentido del humor muy fino; pero la segunda vez que me topé con uno de sus auto concedidos premios, supe que el marmolista tenía razón: Premio al mejor fotógrafo en la semana de la moda de Madrid. 

Por fortuna el precio de las cosas se alía a menudo con la estética. Las columnas de mármol salían demasiado caras para el presupuesto de mi cliente. 

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