domingo, 22 de enero de 2017

El dueño del cortijo

No me importaría la muerte si mi curiosidad fuera satisfecha por completo. ¿Cómo es la vida extraterrestre? ¿Qué existía antes del big bang? ¿Existe más de un universo? ¿Existe la nada infinita? ¿Son reales los agujeros de gusano? ¿Hacía dónde evolucionará la humanidad? Pero también hay cosas que prefiero no conocer. 

En las tres últimas semanas todo en mi vida ha dado un vuelco. Incluso el sofá, que antes miraba a la televisión, ahora lo hace a las cristaleras de la terraza. Es muy agradable adormilarse durante la hora de la siesta mientras miro las nubes o las estelas de los aviones (estoy bajo un corredor aéreo). El miércoles el cielo estaba encapotado, gris y compacto. Adormilarme fue fácil porque la noche anterior no había pegado ojo por culpa de una estructura. ¿Hay algo peor que salir de un duermevela con el rostro de un desconocido mirándote de cerca? Estaba medio dormida y demasiado asustada para poder recordar ahora mi reacción. Supongo que grité. Sí recuerdo, porque aún me ocurre cuando rememoro lo sucedido, que se me quedó la boca seca. Y levanté una pesa de tres kilos por encima de mi cabeza, amenazando con tirársela. Salió corriendo y cerró desde fuera la puerta con llave. Durante un rato me quedé alelada, sentada en el sofá, sintiendo los latidos del corazón en la garganta (supongo que a esa sensación se le llama ponérsele a alguien los testículos por corbata, independientemente que los tenga o no). Antes de poder ponerme en contacto con la policía, una llamada de Guillermo me interrumpió. La primera desde que se marchó a la francesa. Estaba enfadado porque había echado a su compañero. que venía a recoger un drom. Lo llamé gilipollas y colgué. Y un minuto más tarde descubrí que un trasto con cinco hélices lanzado desde una altura de 18 o 20 metros, no planea. y que, a pesar de su plástico flexible, es frágil.

Supongo que no me llama por temor a tener que dar explicaciones, y él está acostumbrado a ser un dechado de virtudes. Siempre es el bueno de la película. La razón de dejarme es de manual: tiene a otra. Lo sé por mi madre que ha hablado con la suya. También sé que mi antigua suegra me culpa de la separación: soy demasiado arisca.

Cambié la cerradura ese mismo día, pero aún hoy temo girar la cabeza, apartando la vista de la pantalla y toparme con un extraño en la casa.

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