domingo, 4 de diciembre de 2016

Justos por pecadores

Mi madre odia el invierno. Se queja de los días tan cortos y del frío. Durante el verano puedo recibir sus llamadas telefónicas en cualquier momento mientras el sol ilumina el cielo, siempre que no ocurra nada malo en la familia, en ese caso puede llamar incluso a las horas más inesperadas de la madrugada. Es como una norma social para ella. No molestar después de la puesta del sol, está convencida que las personas somos como las gallinas de un corral, regidas por la luz solar. En invierno se aventura a molestar a los durmientes porque duerme poco y se aburre mucho. Para llamarme a mí no necesita ninguna razón fija. Desde advertirme que me tiene guardada en la nevera (así llama mi madre al frigorífico) una tortilla de cebolla con patatas, a sus pálpitos. De repente siente que me ocurre algo malo y llama. Por supuesto el azar hace que alguna de sus corazonadas coincida con un accidente o problema. Esas son las únicas que subsisten en su memoria. 

La semana pasada me llamó para preguntarme por mi prima Mariángeles. Murió en 2009 de un cáncer de páncreas. Quería que le recordara el tiempo que estuvo enferma: año y medio. Mi madre se queja de que últimamente todos los recuerdos se apelotonan en su memoria y que un hecho antiguo le parece reciente y viceversa. ¿La razón de la pregunta de mi madre? El grupo de amigas de WhatsApp de mi madre compartían un artículo de El Mundo en el que salía un hombre con cáncer de páncreas desde hacía tres años, con un envidiable aspecto de salud. Mi madre recordaba el color amarillento del rostro de mi prima, la lentitud de sus movimientos porque la enfermedad le comía las fuerzas, el pellejo gris y mancilento que le cubría el esqueleto. 

Mi madre tenía razón. Aquel tipo no tenía cáncer. Este domingo, cuando las obligaciones me han dado unos minutos de descanso, lo he descubierto. El hombre que aseguraba estar enfermo sólo es un jeta, un hijo de puta, que aprovecha una enfermedad real de su hija para recaudar dinero inventándose un tratamiento increíble y fuera de la ley. 

Cuando esta noche hablé con mi madre y le conté la historia que acababa de descubrir. Hubo montones de preguntas: ¿es que los oncólogos no leen los periódicos? ¿Es que los periodistas no contrastan lo que escriben? ¿Es que cualquiera puede abrir una cuenta y recaudar dinero con cualquier fin? Si a un progenitor que mendiga por las calles con su hijo le quitan la patria potestad, ¿no deberían hacer lo mismo con este hombre? El timador asegura que devolverá el dinero a quien se lo solicite, pero, ¿cómo devolverá el dinero recogido en las huchas? ¿Se da cuenta este sujeto de la gravedad de su delito? Y sobre todo, y lo más doloroso, ¿pagarán justos por pecadores


2 comentarios:

  1. Timadores como ese abundan en el mundo, pero se concentran sobre todo aquí en Venezuela, especificamente en la ciudad donde vivo. A diario, es normal que en el bus, en su media hora de viaje, suban dos o tres personas, pidiendo colaboración, para algún familiar para sus tratamientos.

    Recuerdo las palabras de un cura: dona sin mirar si la causa es real o es falsa. La verdad yo difiero; y si lo que estamos haciendo es contribuyendo para un mal? no es preferible desenmascararlos y sacarlos del problema? claro está, que no habrá quien lance esa primera piedra, por miedo a represalias.

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    1. Aquí los timadores suelen ir con traje y corbata y llamarse políticos.

      Se dan algunos casos de falsos postulantes que piden para curarse enfermedades que cubre sin problema la sanidad pública. Pero como este hombre, que utiliza la enfermedad real, pero no mortal, de su propia hija, no se había dado hasta ahora. Los medios de comunicación le habían hecho mucho caso. Al principio aseguraba que había recogido 150.000 € (161.325,00 $), ahora admite que ha recaudado el doble, 300.000,00 €. Esa cantidad, aquí, es considerable. Da para vivir holgadamente cuatro años, tiempo en el que la niña, supuestamente, sufría una recaída y el padre-timador volvía a pedir.

      Yo también creo que se deben desenmascarar a los tramposos, como este hombre. Se desea que lo que se da se utilice para un buen fin.

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