miércoles, 5 de octubre de 2016

Un festín de los infiernos

Para mi madre, el paradigma de envidia se llama Katy. Era una amiga de infancia con la que se ha ido topando a lo largo de la vida. Cuando se vive en un cortijo, a varios kilómetros de los pueblos más cercanos, las circunstancias imponen a los amigos o su alternativa: la soledad. 

Esa mujer siempre necesitaba tener cosas mucho mejores que quienes la rodeaban, haber estado en lugares mucho más lejanos y exóticos que quienes junto a ella presumían de algún viaje y sus hijos tenían que sacar notas superiores que las de los hijos de quienes ella parecía considerar contrincantes. 

Aseguran que se alegraba del mal ajeno porque era la única forma que sus esfuerzos para estar por encima de todos podían tomarse un descanso. Por eso muchos atribuyeron a un castigo divino el que su hijo mayor cayera en las garras de las drogas. Nunca comprendí cómo se puede llamar justicia a que un hijo pague por los pecados de sus padres, como en esta ocasión. 

Pobre, desdichado, desgarbado y antisocial Ruano. La última vez que lo vi tenía 14 años, yo la mitad de su edad. Incluso hablar conmigo, que sólo era una niña, le teñía de rojo las mejillas. 

Estuvo muy enfermo. Una sobredosis revolucionó sus neuronas. Hacía cosas raras, como pensar que era Picasso y a falta de lienzo y pinturas, utilizaba las paredes y sus excrementos. También le dio por comer cucarachas vivas. 

Ayer recordé a Ruano porque al abrir la puerta del almacén de un local que tenía que medir, y que hasta hace pocos meses fue un restaurante, escapó una marabunta de cucarachas. Doscientas o trescientas cucarachas asustadas por la luz repentina del exterior (tal vez la repulsión que siento por esos bichos me hace exagerar el número). 


Fui lenta con la cámara de fotos. Las vivas escaparon despavoridas

Ruano consiguió salir de los infiernos. Se recuperó, cuando parecía completamente perdido. Ahora sí es una persona digna de admiración, aunque su madre ya nunca lo menciona. 

4 comentarios:

  1. Lo de las cucarachas está bien, pero la verdadera historia biográfica fascinante (¡"a pesar de"! su final feliz), sería de la Ruano.

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    1. Bueno, el final no es tan feliz. Me reservo los detalles para la entrada de mañana.

      :-)

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  2. Fernando Díaz-Plaja, en su novela "El español y los siete pecados capitales", destacaba a la envidia como el efecto que nos es más común.
    En mi caso no recuerdo que haya sido así y ya, a estas alturas de la vida, no creo que me reconcoma, pues estoy seguro que el que padece es el envidioso, nunca envidiado, quien incluso, puede regodearse de la situación.

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    1. En el caso de Katy la envidia es tan extrema que se ha convertido en un entretenimiento para quienes la conocen. La envidia la ha obligado a soltar burradas, como que ha visto osos polares en estado salvaje en Marruecos. Pero dentro de su mundo, yo creo que es feliz porque en una ocasión le advirtieron que se reían de ella, y Katy lo achacó a la envidia.

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