domingo, 4 de septiembre de 2016

Duele

Duele. Tengo una luxación de espalda. Una lesión antigua, un accidente en la obra. Hace algunos años estuve a punto de caer al vacío. Me dañé la espalda y machaqué un dedo. Toda la mano se me inflamó, parecía que iba a explotar por culpa de la presión. Del daño en la mano no queda rastro. Ni siquiera recuerdo si fue la izquierda o derecha. La espalda sí me da por saco de vez en cuando. Ahora no es un dolor agudo; se trata sólo de un requeme, es la palabra que utiliza mi madre incorrectamente para referirse a un dolor persistente pero no fuerte. Anoche sí molestó más. parecía recibir un pinchazo con cada latido del corazón. Menos mal que mi ritmo cardíaco es lento. 

El dolor anula cualquier otro pensamiento.  Intento distraerme viendo un capítulo de una de esas series surcoreanas que me gustan tanto; pero la distracción se vuelve una molestia de inmediato. Prefiero el silencio. Incompleto. Guille ve la televisión en el dormitorio, con los auriculares encasquetados en los oídos, pero uno de mis vecinos tiene puestas las noticias a un volumen tan alto que me permite escucharlas con nitidez. 

Dos semanas de la desaparición de una chica en Galicia. Ya han sacrificado a la madre. ¿Será realmente culpable de algo? Confío en los jueces, pero también son humanos. Nadie volverá a devolverle completamente la condición de inocente, aunque se demuestre que lo es. 

El papa Francisco hace santa a Teresa de Calcuta. Una santa que creía conveniente que los enfermos sintieran dolor, según leí hace tiempo en un artículo. Tenía suficiente dinero para proporcionar analgésicos a sus clínicas, pero los racaneaba por culpa de sus creencias religiosas: el dolor santifica. 

En este momento yo santificaría al inventor del Nolotil. 

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