sábado, 26 de marzo de 2016

Ese gordo, loco, bajito

Admito que me gustan los doramas (series asiáticas, principalmente surcoreanas) aunque en realidad sólo he conseguido terminar de ver dos: Secret y Healer. Suelen tener un principio brillante y cuidado, pero se desinflan antes de llegar a su ecuador. Por lo general, es la historia de la Cenicienta contada una y otra vez de mil maneras diferentes. 

En los doramas, a pesar de ser fantasiosos y ñoños, de forma muy naíf, dan a conocer la vida de los ciudadanos surcoreanos. Inevitable compararla con la mía. Inevitable agradecer al azar que me haya hecho nacer aquí y no en Corea del Sur porque seguramente ahora sería una arquitecta frustrada y tendría que trabajar noche y día para pagar los gastos médicos generados por el cáncer de mi padre.  Probablemente inclulso tendría que estar trabajando mi madre (el capitán del transbordador hundido hace unos años, aún no se había jubilado a los 68 años). Nos quejamos y menospreciamos a España, pero aquí no se vive tan mal (bueno es reconocerlo). 

Algo me preocupa de algunos nuevos doramas. Hasta ahora era raro que la acción principal se desencadenara por una catástrofe, y, menos aún, que fueran militares los protagonistas. Como Corea del Sur es un país tranquilo, alejado de los núcleos de las catástrofes naturales, con una sismicidad baja, a pesar de encontrarse a las espaldas de Japón, y sin peligro de huracanes, tornados o tsunamis, me pregunto si el peligro que parecen intuir los guionistas de las series asiáticas, se llama KimYong-un.

¿Estará dispuesto ese gordo con complejo de chincheta -utiliza alzas- a atacar a sus vecinos de frontera? Sólo cabe imaginar un final: ser derrotado por una alianza de los países de su entorno. Sería un momento anhelante: la unión de las dos Coreas, la libertad de un país oprimido, si de esa ecuación se pudieran eliminar los millones de muertos que cualquier guerra moderna produce. 


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