miércoles, 3 de febrero de 2016

Desde el otro lado

Hoy me he topado con una jueza cuyo único fin parecía ser conseguir la infelicidad de todas las partes, incluido un bedel que se atrevió a darle un botellín de agua de una marca que no le agradaba. Por fortuna, el mundo no está lleno de profesionales obstinados en conseguir el mal ajeno. 

Mi dentista es muy bueno en su campo, aunque tiene un pequeño defecto: es sádico. Entre sus juguetes hay un extraño aparato, una cucharilla diminuta, plana, blanca, que se pone a bastantes grados bajo cero. Con ese aparato consigue que los dientes dañados se recalen. Yo no tengo ninguno en este momento, pero mis paletas son muy sensibles porque las tenía de conejo y me las lijaron por la parte inferior. Cuando contraigo el rostro por el dolor, aunque intenta evitarlo, en la boca de mi dentista aparece una sonrisa extraña, se le levanta el labio superior y enseña únicamente un colmillo perfecto y tan blanco como la esclerótica de sus ojos. Durante mi última limpieza, me atraganté con el agua que escupe la fresa: me lo imaginé con toda la parafernalia de un sádico, incluido taparrabos de cuero y un arnés lleno de anillas metálicas. Mi dentista es tan escaso de carnes, que podrían utilizarlo para dar una clase de anatomía sin despellejarlo.  Y tan peludo que si se afeitara desaparecerían las ganas de hundir las manos en su pelambrera y llamarlo Monito bonito

Otra de las profesionales que visito con regularidad, mi ginecóloga, es muy eficiente; a veces le sobra ver el rostro de las personas para deducir el problema: si existe dolor o sólo se trata de una revisión ordinaria. Le gusta dar explicaciones muy detalladas llenas de símiles. Puede que ahí esté su único defecto. En su afán por prevenir, presagia problemas que son sólo probables. ¿Pérdidas de orina? No deben preocuparte. A partir de los 30 es algo normal, sobre todo cuando se estornuda o hace un esfuerzo. Suele ocurrir más en mujeres que han dado a luz, pero no se llevan la exclusividad. Los orgasmos también se modifican a partir de tu edad. Es como si a las terminaciones nerviosas se hubieran puesto un capuchón y no quedas tan satisfecha como antes... Me pregunto si su pareja es psicólogo y se derivan los pacientes de una al otro. 

Me pregunto qué defectos encontrarán en mí mis clientes. Solemos ser quienes menos nos conocemos.

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