sábado, 16 de enero de 2016

Al otro lado del cristal

Me corto con papel de aluminio en la membrana que hay entre los dedos pulgar e índice. Una primera ojeada: no hay daños. La sangre mana silenciosa, templada y sin cosquilleo. No me percato de ello hasta que dejo una señal roja en el pan. Durante un segundo no asocio la sangre a mi cuerpo y la sorpresa me paraliza porque creo que es el propio bollo el que sangra. Pero la verdad es simple y aburrida. ¿Dónde encontrar más pan a las siete y media de la madrugada? Aprovecho una bolsa de bollitos, tamaño pitufo, que habíamos congelado después de la última fiesta celebrada en casa. El calor del horno los vuelve crujientes y apetitosos. Sólo los toco después de protegerme la herida con una tirita con dibujos de Bob Esponja, y mientras recuerdo el cuento de Gabriel García Márquez en el que una recién casada se pincha con una rosa y termina desangrada. El cajón donde guardo las tiritas está bajo la ventana de la cocina. Muy cerca, alguien fuma. Veo la braza que se aviva con las caladas, como un púlsar en mitad de la oscuridad; pero, sobre todo, lo huelo porque la quietud de la noche limpia el aire de la contaminación del tráfico y porque la ventana de la cocina tiene un extractor por el que se cuelan los olores del exterior y el frío. 

Es una mujer quien fuma. Lo sé porque vuelvo a verla cuando regreso de la caminata de cinco horas que he dado por las cercanías. En Granada se puede llegar al campo abierto sin necesidad de transporte. Es enjuta, con un corte de pelo masculino que le sienta bien porque es guapa. Me gusta la agilidad de su mano derecha sosteniendo el cigarrillo y sus movimientos nerviosos para deshacerse de la ceniza. Regreso del supermercado y ella vuelve a estar en la ventana de su lavadero, con un pitillo en la mano. Me hace compañía, sin ella saberlo, mientras preparo el almuerzo, sólo para mí porque Guille se ha quedado este fin de semana en Madrid. Aparece de nuevo mientras friego los platos. Mira al frente sin aparentemente verme, tal vez porque está miope o porque el contraste de la luz convierte el interior de mi cocina en un rectángulo negro al otro lado del cristal. Dormito en el sofá. Me despierta el teléfono. Guille. Camino por la casa mientras hablo con él. La mujer vuelve a estar en su lavadero con un cigarrillo en la mano. Me siento delante del ordenador. Internet no va. Llamo al servicio técnico y arreglan el problema sobre la marcha. Antes de ponerme a trabajar voy a la cocina para prepararme un té verde. ¿Dónde está la fumadora? Estoy convencida que si le doy un plazo de varios minutos, volverá a aparecer. Pero me bebo el té y ella no ha hecho acto de presencia. Dibujo las instalaciones de una casita de dos plantas hasta que el teléfono vuelve a sonar. Los de Internet. Quieren saber si he quedado satisfecha con su técnico. Le doy la mayor puntuación. Leo un rato. Hablo por teléfono con mi madre y con Guille. Me preparo la cena. Dos pitufos con tortilla de cebolla y un vaso de vino dulce. La mujer aparece en su lavadero, pero ahora que están las luces encendidas se percata de mi presencia. La intimido. Es como una tortuga ante un peligro. Se retrae al interior de su casa. Veo un capítulo de una serie: CSI Cyber. Lo suficiente entretenida para no hacerme dormir. Hoy no salgo a correr. La excursión de esta mañana ha sido suficiente ejercicio. Leo de nuevo. Me quedo dormida. Despierto. No sé qué hora es. ¿Mediodía y he despertado de la siesta? ¿De madrugada y está a punto de amanecer? Sólo es la una y media de la noche. Hay platos en el fregadero y en la lavadora ya no cabe más ropa, pero dejo esas labores para mañana porque haría ruido y la gente normal ya duerme. Miro al otro lado del patio y veo caer, en mitad de la noche, ceniza incandescente al profundo pozo del patio de vecinos. 

2 comentarios:

  1. Como todos, muy entretenido relato.
    Como habla de tortilla de cebollas, por si no la conocen, le ofrezco otra variante: Tortilla de pimientos verdes y puerro.
    Elaboración: Trocear los pimientos y el puerro, freír primero los pimientos y añadir el puerro. Cuando todo esté sofrito, escurrir, revolver con el huevo batido y hacer la tortilla. Sal a gusto. Tiene un sabor dulzón, pero a mi me gusta.

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    1. La tortilla de cebolla me gusta precisamente porque está dulce.

      Esta variante de pimientos y puerros no la he probado. Me ha picado la curiosidad. La haré en breve. Alguna vez le he echado a la tortilla de patatas pimientos, pero pocos.

      Mi madre suele hacer tortilla de espinacas. Pero esa es demasiado verde para mi gusto. Y la típica tortilla de espárragos trigueros. Cuando vivía con ella, algunas tardes salíamos a pasear y a buscar espárragos. Era entretenido. Y daba mucha alegría encontrar alguno, aunque yo era especialista en encontrar esos que han crecido demasiado y no sirven. Los espigados los llama mi madre.

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