martes, 8 de septiembre de 2015

Un día cualquiera: gusanos.

- Han llovido gusanos.
- Una de las funcionarias de los juzgados de Málaga está a dieta.
- El llanto de mi madre me ha hecho feliz.
- Me han regalado dos melones. 
- ¿Papiroflexia o el sufrimiento de la gramática? 

La lluvia en Granada es todo un acontecimiento, por lo escasa. En las dos últimas noches, ha diluviado. La primera, de vuelta a casa, me empapé. Las gotas hacían daño al caer con fuerza sobre las partes desnudas de mi cuerpo. Me gusta correr bajo la lluvia torrencial, y me gusta dormirme escuchándola ametrallando la chapa que sirve de cubierta a parte del estudio. Pero la lluvia también tiene su pare negativa, incluso aquí, en mitad de la ciudad, lejos de las ramblas y protegidos por un buen alcantarillado. Cuando esta mañana me despertó la llamada de mi madre, y salí a la azotea para que el fresco de la mañana me despejara, descubrí con repugnancia un reguero de gusanos que iba desde una de las bajantes que recoge el agua de lluvia del tejado inclinado del torreón, al sumidero. No eran grandes -de unos cinco milímetros-, pero estaban cebados. El último banquete, porque la mayoría parecían muertos. Una paloma se pudre en el canalón. Ahí sigue. Visualizo cómo me desharé de ella antes de que vuelva a llover: me pondré los guantes de goma que utilizo para limpiar el baño, cogeré una bolsa de basura y la meteré en ella. Lo visualizo, pero no me decido a hacerlo, por repugnancia. 

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