martes, 8 de septiembre de 2015

Un día cualquiera: dos melones

- Han llovido gusanos.
- Una de las funcionarias de los juzgados de Málaga está a dieta.
- El llanto de mi madre me ha hecho feliz.
- Me han regalado dos melones. 
- ¿Papiroflexia o el sufrimiento de la gramática?

La vecina de mi madre, la que volvía del médico y nos contó la anécdota de la madre de La Beata, es del tipo de persona que aprecia hasta a un perro callejero. Cada vez que nos ve a alguno de mis hermanos o a mí, nos estampa un par de sonoros besos en la cara y sin soltarnos del brazo, nos exige contarle los pormenores de nuestras vidas. Si nos quejamos de poco trabajo o de alguna dificultad, busca en sus bolsillos y nos pone en las manos un billete de cinco euros para que nos tomemos un café. Cuesta mucho convencerla de que nos quejamos un poco por costumbre, y que nuestra situación no es desesperada.

Hoy nos arrastró a mi madre y a mí hasta su casa. Quería darnos unos melones porque a ella le han regalado muchos y se le van a pudrir antes de poder consumirlos.

La casa de la vecina de mi madre tiene algo de persona vieja, de anciano. Sus paredes están deformadas por capas y capas de cal, sin aristas. En algunas partes la pintura se ha agrietado como el barro reseco y en otras el revestimiento se ha abombado y tiene la sonoridad de un tonel vacío. En el suelo, como si fueran piezas dentales, muchas losetas han sido sustituidas por otras, nuevas y llamativas.

Los melones se los ha dado su hijo expresamente para que los regale, porque sabe que a su madre le gusta hacerlo. El hijo tiene un huerto para consumo propio y este año, por un error al comprar la semilla, sólo ha plantado melones.

La madurez de las sandías se descubre dándoles unas palmaditas, la de los melones, apretándoles en los extremos. La vecina de mi madre los conoce bien y supo encontrarme un par de ellos dulces y enteros, de esos que crujen y melosos como un pastel muy elaborado. 

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