miércoles, 1 de julio de 2015

El poder del dinero

Había una película antigua, o puede que fuera el episodio de una serie, en la que una estrella juvenil imponía su dictadura incluso a su madre, la que era tratada como una chacha. Su mánager sólo conseguía manejarlo con la amenaza de dejar de quererlo. A mí me ocurre lo mismo: necesito que me quieran, al menos mis clientes y me esfuerzo porque así sea, a veces hasta extremos excesivos. Soy paciente. Comprendo que el desembolso por una vivienda es una atadura que les lastrará casi toda la vida. Demasiado a menudo, en cuanto han dado el visto bueno a su anteproyecto, se arrepienten y deciden que quieren otra cosa muy diferente a la que anhelaban hasta entonces. Vuelven con su esquema hecho en una hoja cuadriculada, con escaleras minúsculas y habitaciones grandiosas, olvidando que sus parcelas tienen unas dimensiones fijas y que las normativas municipales imponen limitaciones. Intento complacerlos otra vez. Por lo general con el segundo intento quedan satisfechos y cesa su indecisión. Pero, de tarde en tarde, aparece el cliente imposible de complacer, que lo único que parece saber es lo que no quiere y cualquier esfuerzo sólo lleva al fracaso. No existe nada más frustrante. Ahora tengo uno de esos clientes. Colabora activamente en mi infelicidad. Pero ni siquiera puedo enfadarme con él porque su empresa está amenazada por un ERE. Me parece que cada vez que impone un cambio está pensando más en el gusto y placer de los posibles compradores de su futura casa, que en el suyo propio. 

1 comentario:

  1. Te seré honesto. En mi corta vida como profesional, me ha costado, de manera general, llevarme bien con los arquitectos, en gran parte porque siempre descuidan a las demás disciplinas: a los mecánicos nos dejan sin espacio para ductos, sin espacio para equipos y con baños que ameritan ventilación mecánica; a los de estructura con sus formas imposibles; a los de electricidad por cambiarle a cada rato la ubicación de las cosas. Hasta no hace mucho, comprendí que los arquitectos, a menudo, son también las victimas, no los victimarios.

    ResponderEliminar