lunes, 29 de junio de 2015

Caminando entre fantasmas

En más de una ocasión he pensado que la vida es como un círculo: nacemos desdentados, feos, arrugados, calvos y dependiendo de otras personas y morimos, si llegamos a muy viejos, de igual forma. Si esta teoría fuera verdad, yo ya he pasado el ecuador de mi existencia porque poco a poco volvemos a la monotonía de hace dos o tres años. Guille recuperó el estudio de Barcelona antes de volver, tenemos pensado regresar a casa en cuanto las viviendas que estamos haciendo ahora en la costa malagueña estén terminadas y hemos vuelto abrir el estudio de Málaga. El mismo que dejamos hace unos meses, cerca de la calle Larios, con unas vistas a la catedral que serían asombrosas si un castillete del edificio de la Telefónica, no las segmentara en dos. Incluso los muebles son los mismos. Los habíamos vendido en una tienda de segunda mano. No merece la pena comprar nuevos porque será una oficina de tránsito, a la que ir de tarde en tarde para quedar con los clientes. 

El dueño de la tienda de segunda mano nos llevó a su almacén, que está en el sótano de un edificio antiguo. Todo el suelo de Málaga supura humedad. La capa freática está muy cerca de la superficie. El sótano tiene su microclima, parece un invernadero. El aire resultaba casi irrespirable, saturado de olores extraños, una mezcla a maderas nobles, roña y humedad. Sobre todo humedad, tanta que imaginé que si abría uno de los cajones de cualquiera de los muebles que se amontonaban pegados a las paredes o formando pasillos, los encontraría llenos de champiñones. El dueño nos llevó a toda velocidad hasta el rincón donde tenía los muebles de oficina. Decenas de sillas giratorias, de escritorios, de flexos, incluso de inservibles fotocopiadoras que ya nadie quiere. El dependiente nos informó que ya no acepta muebles de oficina porque no tienen salida. La muestra estaba en que los nuestros, los que vendimos unos meses atrás, nos esperaban envueltos en fantasmales plásticos blancos, impolutos, aún conservando nuestro olor y las muescas y manchas inevitables del uso. 

Con mis compañeras de piso de estudiantes, tenía un juego: ¿en qué tipo de tienda te gustaría quedarte encerrada durante toda una noche? ¿Una lencería? ¿Una tienda de golosinas? ¿Un centro comercial?... Yo siempre escogía una tienda de informática. Ahora cambiaría. Escogería un almacén como en el que estuvimos, tan lleno de muebles que resulta inevitable el temor a morir aplastada ante el más mínimo sismo. Tan lleno de pasado, de recuerdos ancestrales, de fantasmas ya olvidados, que dan ganas de imaginar la existencia de sus dueños para que aún no mueran del todo. 

1 comentario:

  1. Yo, sigo con tu tienda de informática. Eso significa que aún no he madurado. Tal vez por eso Dios no me permitió ser padre para esta vez. Pero bueno, como decía la hija de mi jefe, madurar es un acto reservado para las frutas y verduras.

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