martes, 7 de abril de 2015

La frontera

No suele existir barreras que nos diferencien con claridad un momento decisivo de nuestra vida de otro. Un buen día abrimos los ojos y nos percatamos que estamos sumergidos en la madurez desde hacía tiempo; otro, comprendemos que esas dificultades económicas que se van acumulando es la crisis que vaticinaban desde hacía un lustro quienes considerábamos unos pesimistas redomados; incluso el estar casados, a pesar del aparente día concluyente de la boda, es un estado difícil de asumir. Tal vez por estar tanto tiempo separados, acostumbrada a la plena libertad, aún no he aprendido a detenerme antes de tomar decisiones transcendentales y acepto trabajos que nos atan a un lugar sin pensar que, tal vez, Guille piense que es el momento de volver a casa. 



Quizás hoy sea uno de esos días decisivos en los que las casualidades me hacen comprender que algo ha cambiado. Sigue habiendo carteles de Se vende en la mitad de los locales por delante de los que paso al pasear por esta ciudad, y en a la puerta del supermercado, una pareja, un matrimonio, pedían ayuda para dar de comer a sus hijos. Pero Guille me llamó temprano. Retrasa el regreso porque el trabajo se le acumula y casi al unísono, dos segundos después de su despedida, el promotor de las casitas que hemos proyectado en la playa, nos da el visto bueno para realizar el proyecto de ejecución. ¿Será de verdad el final de la crisis, o sólo un espejismo provocado por el azar y el deseo?

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