domingo, 22 de marzo de 2015

Ríos dorados

Doce mil personas, unos dos litros de bebida por cabeza. Veinticuatro mil litros de líquido que debe desaguarse del organismo por alguno de sus extremos. A medida que avanza la noche y el alcohol comienza a hacer estragos, más por los orificios superiores (incluidas las fosas nasales) que por la orina. Doce mil personas que original diez mil kilos de basura: bolsas, botellas de plástico, vasos, vidrios... A las 12.000 personas se les permite la pérdida de valores cívicos durante un día. Esa noche reciclar parece un chiste, utilizar los contenedores para la basura sólo lo hacen los pringados, está permitido enlodar el desafortunado rincón donde montaron el botellódromo con excrementos, está permitido gritar hasta desgañitarse a cualquier hora de la madrugada, cantar ¿qué importa formar jaleo? ¿qué importan los durmientes de los pisos cercanos? 



Iba a achacar a mi edad la incomprensión de una diversión tan extraña, pero creo que, en realidad, es culpa de mi idiosincrasia. Beber. Sólo beber en compañía de amigos o conocidos, o extraños. Beber hasta perder la voluntad y el sentido (de momento, por fortuna, no ha habido ninguna muerte por borrachera). Beber de pie, sin servicios públicos, en mitad del frío de la noche y a veces de la lluvia. Beber sin un propósito común, como escuchar música. Apelotonarse una multitud en un lugar y beber, nada más, con la excusa de la llegada de la primavera, en esta ocasión; dentro de unos meses será por haber finalizado el curso o por haberse descubierto el prepucio de Jesús circuncidado... la razón es lo de menos. 

Como siempre que mis condiciones físicas, el tiempo y el trabajo me lo permiten, y la cama es enorme por la ausencia de Guille, salí a correr de madrugada. La carrera se convirtió en los 10.000 metros obstáculos. Que el Ayuntamiento concentre la supuesta diversión en la explanada ante el Corte Inglés, no significa que las consecuencias no salgan de ese recinto. Recorrido: San Antón, Reyes Católicos, Gran Vía, Avenida la Constitución, rodeé la Caleta por el puente que en lugar de un río salva las vías del tren y volví por calle Arabial. A medida que me acercaba al enjambre, resultaba más complicado encontrar un trozo de acera sin los restos artificiales de la barbarie, ni espacio entre los coches libre de restos orgánicos. 

La barbarie patrocinada por nuestro Ayuntamiento. 

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