Recuerdo perfectamente el día que vi por primera vez la película El Planeta de los Simios. Era verano. Estábamos de vacaciones en Málaga, junto al aeropuerto, en unos bungalows que hay dentro de la base aérea. Por las noches, en cuanto comenzaba a oscurecer, desplegaban una enorme tela blanca y proyectaban películas antiguas. Seguro que vi muchas muy interesantes, pero la que se ha quedado grabada en mi memoria, es ésta. Por el impactante final y porque ya conocía la historia. Mi hermano mayor coleccionaba cómics; entre ellos, El Planeta de los Simios, los que yo tenía prohibidos coger porque eran muy viejos y tenerle él mucho aprecio. Estas dos razones (la clandestinidad y lo imaginativo de las historietas gráficas) creo que han sido las causantes de que me guste tanto leer.
Durante la proyección, había que luchar contra el ruido de los aviones que nos sobrevolaban (cada cinco o diez minutos despegaba uno del aeropuerto de Málaga) y contra los mosquitos kamikazes que se quedaban chupando la sangre, como bebés hambrientos pegados a un biberón, hasta que se saciaban o una mano certera los convertía en ketchup.
El sentido común me dice que no conozco el origen de la supremacía de los simios sobre los humanos en la Tierra por esta película. Tuvo que ser, forzosamente, de los cómics. Había habido una plaga que afectaba a los perros y gatos, hasta extinguirlos por completo. El hombre, al serle imprescindible compartir su cariño con mascotas, suple esta necesidad con los monos, que son educados y amaestrados, con tan buenos resultados que los humanos se dan cuentan que pueden utilizarlos como sirvientes y esclavos. Hasta que que un simio llamado César se rebela.
Hoy he ido con mi aparejadora a ver El Amanecer del Planeta de los Simios. En esta nueva versión, han pasado la plaga de mascotas a los personas. La humanidad está diezmada (me parecía más original la versión antigua). Después del inicio, todo se reduce a una película bélica. Pocas diferencias habrían habido si se hubieran sustituido a los simios por apaches, samuráis o confederados.
Mucha calidad de imagen, muy buenos efectos especiales, inmejorables paisajes, buenas actuaciones... un pastón de presupuesto; pero, a mi entender, falla lo más importante: el guión.