viernes, 24 de octubre de 2014

Requiem por el buen doctor

Estos días, adquirir las flores para los muertos es todo un ritual. Hay que escogerlas entre las menos feas, cortas sus tallos de grueso alambre, hincarlas en un corcho verde... y dentro de unos días, hacer el hermoso paseo hasta el cementerio atravesando el bosque de la Alhambra, guardar cola  para ser atendida por los chavales que se juegan la vida subiendo por escaleras de mano, cinco o seis metros del suelo; y mirarlos colocar las flores con la mente tan vacía como la propia tumba (las cenizas de mi padre están en una urna, sobre la cómoda del dormitorio de mi madre). Hace tiempo que aprendí que es mejor no adquirir los adornos florares para el nicho ya montados porque no suelen servir. Las flores tienen que estar en un plano vertical con el corcho porque quedarán aprisionadas por un vidrio, y muy bajas; a pesar de ello nunca he conseguido evitar que cubran el Tu esposa e hijos no te olvidan. Siempre he sido yo quien se ha ocupado de este ritual tan absurdo que sólo sirve para satisfacer a mi madre. Los primeros años iba con mis hermanos o alguno de mis tíos, luego, sola. Cuando le dije a mi madre que me iba a estudiar a Granada -mis opciones hasta entonces habían sido Sevilla o Madrid- se alegró mucho. Así podrás visitar a tu padre, soltó, como si aún estuviera vivo. 

Creo que pocos objetos me entristecen más que las flores artificiales. Aunque estén recién compradas, ya las imagino desvaídas por el sol y polvorientas por culpa de la intemperie. Casi siempre señalan, como si se tratara de una brújula muy precisa, un hecho luctuoso. No es difícil verlas en cualquier trayecto que hagamos por carretera. Sólo hay que estar atentos a una curva más cerrada de lo normal o, incomprensiblemente, junto a un árbol en un tramo recto. Nuestro médico de cabecera murió con toda su familia, mujer y dos hijas, en uno de esos tramos cuyo peligro sólo está en un error humano (o divino, si lo que ha fallado es el organismo del conductor). Mi hermano mediano, a quien había curado el asma, llevó dos ositos de peluche y un ramo de flores al lugar del accidente. Ocurrió hace muchos años. La muestra de admiración de mi hermano desapareció sin soportar el primer invierno; pero fue sustituido por otros. Aún hoy, después de tantos años, sigue habiendo un recordatorio en el lugar exacto donde murió nuestro doctor y su familia. Era un buen médico. 


2 comentarios:

  1. Son uno de los pocos doctores, como el que da origen y sentido a esta entrada, los que hacen falta en este mundo cruel e insensato. Lástima que Dios a cada rato precisa de ángeles, y la primera condición para ello es que sean buenas personas. Los malos, generalmente son longevos, para ver si cambian, y cuando lo hacen, dios los reclama para que se vuelvan ángeles. Así pasó con un médico que es santo para todo el país de Venezuela. Te dejo el link, que de seguro te va a interesar. http://es.wikipedia.org/wiki/Jos%C3%A9_Gregorio_Hern%C3%A1ndez

    o este si quieres un extracto corto y preciso:

    http://www.venezuelatuya.com/religion/jose_gregorio_hernandez.htm

    Fue un médico que respetó el juramento hipocrático al pie de la letra, atropellado, por uno de los dos carros que existían en la ciudad para ese entonces.

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    1. Interesante la historia de este médico. Me pregunto por qué las monjas del internado no nos contaban historias como éstas y se guardaban para ellas las que más les gustaban y con las que nos martirizaban: las de beatas y santas que se mutilaban los pechos o se sacaban los ojos para evitar tener relaciones sexuales (-creo que querían que tomáramos ejemplo de ellas- qué ingenuas eran). No me imagino a ningún doctor encumbrado hoy día, corriendo a llevar medicinas a un necesitado.

      Antoni Gaudi (responsable en gran medida de la Sagrada Familia de Barcelona), también era muy creyente y también murió atropellado (aunque a él no lo han beatificado -una pena, porque realmente lo merecería: parecía estar en contacto directo con Dios-). Se dirigía a misa por la mañana temprano, ensimismado, cuando un tranvía lo atropelló. Tardaron en socorrerlo porque no sabían quién era. Pensaban que se trataba de un mendigo por el aspecto que tenía y las ropas desgastadas.

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