jueves, 15 de mayo de 2014

Ira fermentada

Una de las pocas compañeras de piso que tuve durante mis años de estudiante en la facultad y con la que me llevo aún bien, se llama Victoria; su amistad es del tipo que no hay que cuidar con constantes mensajes de teléfono o e-mails. Después de dos semanas, tres meses o cuatro años de no verla, te la encuentras, y  te echa el brazo por el hombro, después de estamparte en las mejillas dos sonoros besos comienza a hablar de cualquier nadería, como si tal cosa. 

Suelo ser poco crítica con las personas que me gustan mucho, y esta compañera me agradaba, aún lo hace, aunque llevamos mucho sin vernos. Tal vez debí advertirle que su comportamiento excesivamente desmadrado podía terminar fastidiando a alguien. En parte es comprensible que se le fuera la olla de la manera que se le fue, si era verdad lo que contaba sobre sus padres. Un sólo ejemplo: hasta los 18 años tuvo que ponerse la ropa que su madre le compraba y, por supuesto, escogía. 

Empezó estudiando turismo, pero eran unos estudios muy caros que no cubrían ninguna beca -o al menos a ella, con sus notas del instituto, no lo hacía-. El segundo año se metió a magisterio y descubrió que no le gustaban los niños. El tercer año siguió un buen consejo y se pasó a enfermería. Y entre indecisiones y cambios fue dejando un reguero de corazones rotos, no de los tíos que se ligaba y que de antemano sabían, y tal vez deseaban, que se trataba de una relación efímera. Los corazones destrozados eran los de otras chicas enamoradas o novias de los tíos que mi compañera de piso utilizaba para compensar el aislamiento social al que había estado sometida hasta que pudo escapar de sus padres. 

Ocurrió lo inevitable. Estábamos en Granada 10. El local, atestado de gente. Bailábamos (o dábamos saltos) en mitad de la sala, cuando de repente una chica se aferró al pelo de mi amiga a la vez que la llamaba puta. Para que la soltara, el encargado de la seguridad tuvo que retorcerle la mano. Ambas fueron invitadas a salir del local. La pelea siguió fuera. La chica, a la que mi compañera veía por primera vez, había fermentado el odio que sintió al ser sustituida, después de un largo noviazgo, y durante sólo alguna semana, por mi compañera. 

Aunque mi compañera se desmadraba bastante y demasiado a menudo, en esta ocasión tenía razón: el tío no llevaba ningún cartel de Reservado y ella sólo siguió su instinto básico. 

2 comentarios:

  1. Nunca supe lo que es estar atado a la familia. Desde que empecé secundaria, tenía libertad plena sobre mi vida. Tan es así, que mamá sólo iba a la escuela para inscribirme. Tenía mis "marañitas" (forma de ganar dinero, ajeno a la profesión oficio principal, el cual puede ser de carácter legal o ilegal), honradas claro está, así que me daba mis gustos cuando quisiese.

    Aquí por lo general la gente asiste a las universidades de su ciudad, y son pocos los casos, en que una persona deba viajar a otro lugar para estudiar. Mi grupo de estudio, siempre fue muy unido desde primer semestre hasta graduarnos. Así que la verdad nunca supe lo que pasó tu amiga.

    Ahora, la razón, respecto a la pelea, se la doy a tu amiga. La culpa, en todo caso simplemente lo tiene el novio, o exnovio, según respecto a quien. Si fuese en verdad fiel, simplemente no cedería ante los encantos de otra. Y si desde un principio la quería dejar, pues bien cobarde que es, al no poner las cosas claras antes de juntarse con tu amiga.

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    1. A mí me gustaba mucho pegarme a mis hermanos, y obligarlos a que me llevaran a donde ellos fueran. Pero disfrutaba de, tal vez, demasiada libertad. Viendo las consecuencias, lo desmadrada que se volvió mi amiga en cuanto escapó de los padres, creo que es mejor estar menos atada desde la adolescencia.

      Aquí también, sobre todo por economía, la gente suele estudiar en la misma ciudad donde vive; pero no en todas las ciudades hay la carrera que se quiere estudiar. También está la gente que vive en pueblos pequeños, donde no hay universidades. Y también están los que terminaban agotando todas las convocatorias a las que se podían presentar a una asignatura y se tenían que cambiar de centro.

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