sábado, 1 de marzo de 2014

La canica iridiscente - La Conquista

Es feliz. Los demás duermen protegidos del frío en tiendas de campaña. Veintitrés prefiere la intemperie. Yacer sobre el blando lecho de hierba y pegar la oreja al terreno para escuchar el murmullo del agua que discurre a pocos centímetros de la superficie. Ya han hecho pozos y prospecciones de todo tipo. Para los científicos de la Santa María es un planeta monótono y aburrido. La única clase de animales pluricelulares que parecen existir son los eolos. Por la noche, cuando la luz de alguno de los tres satélites de Urbania inciden en ellos, sus cuerpos transparentes se iluminan y Veintitrés cree tener sobre su cabeza gigantescos farolillos tailandeses. Sólo descienden de tarde en tarde, para alimentarse del jugo de la hierba. Se desploman desde una altura de 20 o 30 metros con un chasquido de trapo mojado, como si se suicidaran de súbito. Unos segundos y vuelven a ascender, dejando en el suelo un círculo perfecto de hierba mustia.



El descanso de los durmientes es interrumpido por tres naves. La primera novedad en cinco días. De la primera descienden un par de científicos, con cara de despiste y cansancio. De la segunda, cuatro obreros que comienzan a descargar pesadas cajas. Y de la tercera, un guardaespaldas armado y Uno, ufano y engolado como un pavo real. Se impone porque tiene armas y un pequeño ejército capaz de descerrajar un tiro en la cabeza de quien se atreva a incumplir alguna de las normas que su capricho de dictador exige. Una de ellas es la prohibición, bajo pena de muerte, de cualquier tipo de relación sentimental entre los pasajeros de la Santa María. Por eso el general Sagrado permanece apartado de Veintitrés y sólo se atreve a mirarla de soslayo. Ahora que existe una pequeña ilusión de futuro, todos prefieren la espera a la inmolación.

De las cajas que los operarios aún siguen arrastrando hasta el centro del campamento, Uno saca una extraña arma, pesada y grande, y apunta al eolo que lo sobrevuela. Aunque el raciocinio de la mayoría no hubiera estado mermado por el sueño del que acaban de sacarlos con brusquedad, seguro que sus reacciones no habrían sido distintas: completa indiferencia. Sólo el general Sagrado emite un ensordecedor alarido ¡Noooooo! a la vez que se abalanza contra el dictador. Desde el primer día, cuando los eolos lo rodearon, venidos desde todos los puntos cardinales, atraídos por el ulular que emitían los más cercanos a él, el general Sagrado está convencido que esos animales son mucho más inteligentes que lo supuesto por los científicos. Aunque no tienen ojos, de alguna forma lo percibieron, provocando su curiosidad. Al igual que percibían las semillas extrañas que los conquistadores de Urbania pretendían plantar en la tierra esponjosa y fértil. Trabajaban durante todo el día, veinte horas ininterrumpidas, y cuando, muertos de cansancio, se retiraban, los eolos caían sobre el nuevo cultivo y dejaban el suelo pringado con una sustancia gelatinosa e impermeable que la volvía yerma.

Demasiado tarde. De la extraña arma sale una bengala. Y de la pistola del guardaespaldas de Uno, un proyectil. La bengala impacta en el interior del eolo; el aire caliente que desprende el fósforo ardiendo obliga a que ascienda con rapidez, hasta que la noche y la transparencia del cuerpo hacen que parezca una estrella más en el firmamento. Desaparece de súbito y llueven trozos de animal despedazado. Los gritos de entusiasmo de Uno son ahogados por los de dolor de Veintitrés. El general nunca llega a su objetivo. La vida se le va a la misma velocidad que una mancha, morada en mitad de la noche, se extiende por sus ropas. Queda sin saber que los eolos, como dedujo, son animales inteligentes. Cuando Uno levanta el arma para volver a disparar, el animal, con una reacción de suicida desesperado, se desploma desde la altura y cae sobre el dictador, aprisionándolo con su enorme cuerpo; produciendo un desagradable ruido de huesos quebrándose. Nadie lo ayuda. Nadie lo ayudaría, aunque la atención de todos no estuviera siendo robada por los recién llegados.

Con la colaboración de Ltenio00

Continuará...

2 comentarios:

  1. Los proclamadores apenas y los vieron venir. Ese túnel de gusano literalmente hace "aparecer" las cosas. Pobres humanos, no saben que los están observando. La información de la Santa María ya ha sido drenada, y los extraterrestres ya conocen y hablan su idioma, al menos de acuerdo a la información que sustrajeron. Los eolos no son inteligentes pero si muy instintivos, al punto de parecer inteligentes, algo que incluso sorprende a sus creadores. Ahora falta como se produce el encuentro del "tercer tipo"

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pensaba dejar la última entrega para dentro de un par de días, pero te leí y me apeteció acabarla. Espero que sea acorde a lo que imaginabas.

      Esta noche, en la hora golfa, la que suelen echar a partir de las 12, fui al cine a ver Gravity. Hay cosas en esa película que me chocan, que creía diferentes: siempre leí que en el vacío del espacio, los cuerpos humanos o cualquier elemento compuesto por células y agua, explotaba como si se les metiera en un microondas. La entrada que escribiste el otro día en tu blog sobre la Ley de Murphy se puede aplicar perfectamente a lo que sucede en esta película: todo va mal y peor. De haberla visto antes, podría haber copiado algunos hechos para nuestra historieta.

      Eliminar