jueves, 27 de marzo de 2014

Arrojando lastre

Guille me envía un muñequito danzante cada vez que tiene una buena noticia que darme. Hacía tanto tiempo que no había razones para mandármelo, que se me había olvidado por completo. Cuando hoy lo vi, regordete y con la mitad de sus articulaciones anquilosas, pensé que sólo era una chorradita que quería enseñarme para alegrarme el día. Se extrañó que no lo llamara de inmediato para preguntarle cuál era la buena noticia. 


Cuando me enteré de la noticia, yo también me debería haber puesto a danzar como el muñequito: por fin hemos conseguido comprador para el local que tenemos en Barcelona; cuya hipoteca nos estaba lastrando la existencia, obligándonos a vivir separados y a cobrar por debajo de lo razonable para asegurarnos tener carga de trabajo. Pero me quedé mohína (puf, desplomada sobre el sofá). 

Recuerdo perfectamente el día que fuimos a ver el local por primera vez. La crisis ya había empezado, acabábamos de escapar del estudio de arquitectura donde nos conocimos, donde ya sólo quedaban cuatro gatos y la amenaza de ser también echados. Nos hicimos autónomos y el principio nos fue relativamente bien. Pensábamos que la crisis ni nos rozaría (qué ingenuos). 

El local, desnudo, parecía enorme. Antes de comprarlo nosotros, había sido una imprenta, de esas donde hacen invitaciones de bodas, recordatorios de bautizos y comuniones y tarjetas de visita. Había montones esparcidas por el suelo, mal cortadas o emborronadas por culpa de la tinta corrida. Los antiguos dueños habían dejado su rastro. En el cuarto de baño, además de decenas de botes de limpiadores industriales medio gastados, había una extraña máquina que tardé en saber para qué servía. Era como un túnel de lavado, pero en miniatura. Guille se remangó el pantalón, puso el pie en un extremo y el zapato le salió lustroso y brillante por el otro. Yo hice lo mismo y... al carajo las medias. 

Ya en casa, mientras pasaba el croquis a Autocad y diseñaba los diferentes espacios, imaginaba un posible futuro. El despacho de Guille y el mío enfrentados, con grandes ventanales que diera a la sala común donde iban a estar los administrativos, delineantes y aparejadores. Mucho espacio libre en el despacho de Guille, una mesa enorme en el mío, que cupiese al menos tres pantallas de las grandes. Quería una sola para poner como salvapantallas las fotografías de nuestros hijos (los que planeábamos tener). 

Es como si ese posible futuro se hubiera esfumado, como todo el dinero que invertimos en engordar las arcas de los bancos. 

6 comentarios:

  1. El tiempo sin semanas...

    Si no me hubiese entristecido te diría que me ha alegrado leer el texto.
    Afortunadamente, para mí, ya oigo la algarabía en el patio.
    Buen día, buen viernes, buen fin de semana para ti.

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    1. Muchas gracias. En realidad sí es una buena noticia (tengo el defecto de tomármelo todo de forma muy negativa). Antes nos angustiaba el paso del tiempo (porque el final de mes, cuando había que pagar las hipoteca, parecía llegar demasiado rápido). Ahora estamos bastante relajados, por fortuna.

      Feliz lunes y feliz resto del milenio.

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  2. Bueno, supongo que hay que alegrarse de lo bueno de soltar lastre, y olvidarse de las expectativas que teníamos...
    Me sorprende esa ambición del principio, tener un local empleados etc, me sorprende para bien, y por contraste con mi experiencia, yo nunca quise tener empleados, quizás porque ya lo vi en mi familia y aprendí, por una vez, de la experiencia ajena.
    Eso si, mi situacion es igual o mas desesperada, o sea que tampoco significa nada.
    A veces pienso que estudiamos pensando que ascendíamos de clase social y lo que pasó es que la clase social media-baja se amplió. Antes ser arquitecto (hace 40 años) era ser de clase alta casi por definición, no hay mas que ver los modos y tics que algunos aun heredaron, y ahora es ser un matao mas que tiene un título devaluado.

    En fin ánimo que no queda otra.

    PAM

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    1. En realidad nunca aspiramos a tener empleados, sólo fue algo que vino rodado. Cuando el estudio donde trabajábamos estaba ya en la quiebra, algunos de los que aún aguantaban (sin haber recibido paga en tres o cuatro meses) quisieron venirse con nosotros. El barco se hundía y nosotros éramos un bote agujereado que les permitió mantenerse a flote durante un año y medio.

      Tienes razón con los arquitectos: el título es papel mojado (y cada vez más porque están permitiendo que ingenieros y aparejadores invadan muchos campos que nos correspondían exclusivamente a nosotros).

      Hay que convertirse en un arquitecto encumbrado para tener el mismo estatus social del que se disfrutaba hace algunas décadas; pero, en parte es comprensible. El trabajo que hoy se hace gracias a los ordenadores, debía ser una labor ímproba con sólo esfuerzo y desgaste de neuronas.

      Gracias por tus ánimos.

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  3. Hasta hace unos veinte años, el hecho de tener un título universitario, abría un sin fin de oportunidades, sinónimo de estabilidad económica. Había bonanza, riqueza distribuida, demanda de profesionales. Pero pasó lo que tenía que pasar, la riqueza, como imanes, se juntan en unas pocas manos. Lo más irónico del caso, es que a más rico eres más barato consigues las cosas, mientras a más pobres eres las cosas las conseguirás más caras. Resultado: la inevitable mala distribución de la riqueza. Consecuencias: sueños rotos, niños sin hogar, familias separadas, gobiernos corruptos, cada vez más gente profesional como única posibilidad de surgir, por lo cual baja su demanda y en consecuencia, quedamos en las mismas.

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    1. También, hace unas décadas, a las universidades sólo podían ir los hijos de las familias pudientes. Todo se quedaba en las mismas manos: la de un puñado de elegidos. El resto sólo eran mano de obra barata. Es como si la sociedad buscara constantemente ese desequilibrio.

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