sábado, 22 de febrero de 2014

Receso

Es sábado, pero llevo trabajando desde esta mañana muy temprano. Ahora mismo sólo me estoy tomando un descanso. Comer algo, meter la referencia de los últimos libros leídos en el blog, despejar un poco la mente, esperar a que mis vecinos acaben con su bronca... (me es difícil concentrarme con gente discutiendo cerca -poner música sólo sirve para que todo se convierta en un insoportable ruido-). Mis vecinos pelean porque la amiga de la parte femenina intenta ligar con la parte masculina de la pareja, y él se deja (o al menos, eso grita ella). Creo que mi relación con Guille es demasiado tranquila. Nunca hemos discutido a grito pelado como mis vecinos. En realidad, no sé si hemos discutido alguna vez. Puede que seamos poco pasionales. 

Estoy trabajando a destajo porque urge el final de obra que tengo entre manos. (Aclaración: un final de obra es el documento gráfico y escrito donde se reflejan todas las modificaciones que ha sufrido un proyecto desde el momento que fue visado por el colegio de arquitecto, al momento que fue llevado a la realidad). Es una vivienda unifamiliar aislada (que no comparte medianerías con ningún edificio). Tres plantas (semisótano, baja y alta), casi 400 m². Jardín, piscina... molduras de ladrillo visto, rejas en las ventanas, incluidas en la planta alta... Estoy haciendo el final de obra, pero la vivienda ya lleva tres años acabada; y casi el mismo tiempo deshabitada. Las viviendas deshabitadas, no sé por qué razón (supongo que por falta de ventilación interior) se deterioran muy rápidamente y de inmediato la pintura exterior se descascarilla y los bajos se llenan de verdín. El aparejador de la vivienda, y amigo de la pareja -aunque ahora no sabe si tendrá que decidirse por uno sólo de ellos- conoce con detalle su historia. Diez años de novios, diez años ahorrando, diez años sin apenas salir ni darse un capricho. Tres años construyendo la casa de sus sueños (o pesadillas). Y casi coincidiendo con la terminación de la casa, la madre del hombre enviuda y exige compartir la vivienda de la pareja por miedo a la soledad. Si algunas personas sirven para unir a las parejas, esta señora se nota que fue como una palanca que se obstinó, y consiguió, despegarlos. Ahora se odian tanto el aparejador teme que se puedan hacer daño físico si se vuelven a ver. Necesitan el final de obra para legalizar la vivienda, obtener el certificado de habitabilidad del ayuntamiento y poder venderla, repartir lo que cobren -con bastantes perdidas, por la situación del mercado- e irse cada uno por su lado. Qué final tan desdichado para lo que, sin duda, nació con mucha ilusión. 

4 comentarios:

  1. Diez años de novios, diez años ahorrando, diez años sin apenas salir ni darse un capricho.

    Uf. ¿Y todo por una casa? No diría que eso es un comienzo ilusionante. Más bien parece presagiar el final.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Tienes razón. Si se piensa detenidamente (sólo me había fijado en que se habían esforzado mucho por algo en común). Pero es que prácticamente estuvieron encarcelados esos diez años (por no gastar). Por mucho que se quieran, terminarían agotados el uno del otro. Y para colmo llegó la suegra para rematar la faena

      Eliminar
  2. Me encantan tus historias pues siempre tienen un lado humano, por mucho que te pierdas en datos técnicos, en cuestiones de arquitectura... el relleno de esos tabiques son siempre humores humanos :-)
    Mañana, 11 de marzo, hace 10 años que nos metimos Raquel y yo a comprar nuestra primera casa, fue en Madrid, estábamos yendo al banco a pagar la cantidad acordada para reserva de la casa, cuando nos empezaron a llamar por teléfono y contarnos lo que estaba sucediendo a pocos kilómetros de donde estábamos.
    Afortunadamente nunca hemos vivido para tener una casa, esa la compramos en Madrid y a los pocos meses Raquel sacó la plaza en Sevilla y al final la vendimos al cabo de cuatro años. Luego vivimos en un apartamento enano de Mairena en el que yo estuve genial, tenía todo lo necesario: a Raquel y un sitio para leer y escuchar música, a qué más?
    Luego compramos la que tenemos ahora, una casa grande, con tres plantas, jardín y donde ha nacido Gabriel. Pero no es más que eso, una casa, otras vendrán y no tendremos ningún problema en mudarnos si así lo necesitamos o lo queremos.
    Es ciertamente triste lo que cuentas de esa pareja, pero quizá es que el cemento que usaron para formarla no fue el adecuado.

    Un beso, BK.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Guille y yo también nos compramos un apartamento en Barcelona, en la Diagonal. No es ni grande ni pequeño, está lleno de muebles usados que aportamos ambos. Es muy soleado y tiene casi todas las paredes cubiertas de estanterías desde el suelo hasta el techo repletas de libros. Apenas vivimos allí seis meses. En esta vida nómada que nos ha tocado vivir por culpa de la crisis, el error está en atarse a un lugar por culpa de una vivienda.

      Muchas gracias por tu comentario. Me encantan tus fotos. Un beso

      Eliminar