martes, 14 de enero de 2014

La dama de los mil asesinos

En la casa de mis padres siempre hubo muchos libros y ninguna censura. De ningún tipo. Y después de la muerte de mi padre, nadie se ocupó de meterme en la cabeza ideas fantasiosas (nada de Dios, nada de Papá Noel, nada de los Reyes Magos, nada de ángeles o demonios...). ¿Por qué le mentimos tanto a los niños? ¿Por qué nos empeñamos en hacerles creer en seres y cosas que no existen? ¿Por qué son los únicos que nos creen? ¿Por que necesitan esa fantasía para desarrollarse bien psíquicamente? Imagino que no soy la persona más apropiada para juzgarme (por lo general, nosotros mismos somos quienes menos nos conocemos); pero creo que no tengo ningún problema mental.

Los libros también ayudaban a que me sumergiera en un mar de realidad. Las novelas sólo las leía mi padre. A mí me gustaban más los que tenían muchos dibujos o estampas. De esa época aún conservo un atlas con mapas de España y el mundo tan lleno de líneas a lápiz (viajes imaginarios) que los nombres de los sitios han quedado ocultos bajo una gruesa capa de grafito. También hay otro muy deteriorado: un puñado de páginas sueltas atrapadas con varias gomas elásticas que hay que renovar de vez en cuando porque envejecen con la luz solas y se rompen. Ese libro tan estropeado, lo utilizó mi padre en un curso que hizo para ser instructor de policías militares. El último tercio, trata de muertes violentas. Hay una fotografía que se ha quedado incrustada en mi memoria: el cuerpo desmenuzado del piloto de una avioneta. El intestino delgado cuelga de la rama de un árbol, deformado por unas bolas. como si fueran las cuentas gigantescas de un collar. El piloto era una mula. Uno de los bolos de cocaína se rompió mientras volaba y murió. No sintió nada cuando la fuerza de la gravedad lo convirtió en un puzle de mil piezas.

Gracias a ese libro me topé con primera vez con la historia de La Dalia Negra. En él culpaban de su tortura y asesinato, sin apenas justificación, a media docena de militares pertenecientes a una base militar en la que la aspirante a actriz había trabajado. Durante un tiempo la historia de este asesinato permaneció dormida, hasta que la serie CSI me hizo reencontrarla y encorajinarme, porque culpaban de lo ocurrido a otra persona (tendemos a creer como verdadera la primera historia que hemos conocido). Ayer quiso la casualidad que me encontrara de nuevo con Elisabeth Short en un documental, donde un agente de policía retirado cree descubrir que su propio padre fue el asesino de la mujer. 







2 comentarios:

  1. Siempre he tenido esa duda de si es necesario, o al menos conveniente, ilusionar a los niños con esos benévolos seres imaginarios. Será porque, quizá por la época y lugar que me tocó vivir esos años yo no era "creyente" a temprana edad. Precisamente, un año yo mismo me compré mis Reyes que consistieron, en un juego de arquitectura, compuesto de piezas de madera de colorines y que solo servían para construir varias versiones de fachadas. Bueno, pues no creo que sufriera trauma alguno.
    En cambio, tuve que seguir la corriente con mis hijos y tampoco creo que cuando se dieron cuenta de la realidad se traumatizaran. O sea, que sigo con la duda, aunque me inclino por abandonar esa fantasía. Ya los niños de corta edad de por sí, están llenos de ilusión.

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    1. Los personajes imaginarios en cuya existencia se obstinan en hacernos creer cuando somos niños (y cuyo rito seguimos a nuestro pesar) no creo que sean tan perjudiciales como los mismos seres imaginarios malévolos con los que se pretende asustar al niño si se porta mal: el tío del saco, el lobo de muchos cuentos, las brujas malvadas... Es como si fuéramos un poco sádicos con quienes todo se lo creen (porque confían en nosotros que somos adultos).

      Quizá la necesidad que sentimos de llenar de fantasía y seres extraños e irreales la mente de los niños sea bueno para hacerles comprender a tan temprana edad que el mundo está lleno de mentiras. ¿Quién sabe?, puede que dentro de pocos años Rajoy pase a ser uno de esos personajes malvados con los que atormentar las noches infantiles.

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