martes, 21 de enero de 2014

La canica iridiscente

Ya no se llama Ana, ahora su nombre es Veintitrés. Cuando duerme, desde la punta de su nariz hasta la litera superior, hay 35 cm. Si despierta desorientada, sin saber dónde está, es inevitable el golpe en la cabeza y sólo la superficie acolchada impide los chichones o las brechas en la cabeza. Veintitrés ensaya las deformaciones de su cuerpo por la maternidad. Está convencida que cuando esté hinchada como un globo, no cabrá en un espacio tan angosto. Es una de las pocas aún yermas. No sabe cuánto le queda hasta ser considerada no útil. 

Las literas están pegadas sólo a uno de los paramentos del dormitorio. Cincuenta metros de largo por siete de alto. La falsa fuerza de la gravedad es débil y una caída desde la última hilera no implica un daño grave. En el otro paramento, frente a las literas, pequeñas escotillas, parecen la ráfaga de una metralleta. Todavía se puede ver la Tierra: minúscula, igual a una canica morada, verdosa, roja, iridiscente. 

Los ojos se le llenan de lágrimas. La rabia y la pena no pueden ser amortiguadas por la sustancia psicotrópica con la que aliñan el agua o el aire. Si no estuvieran drogados, la mayoría se habrían vuelto locos. Veintitrés ríe y llora, y se cubre la boca para no ser escuchada.

Dos años, seis meses y un día, como si fuera una sentencia judicial, tan poco tiempo sobró para hacer irrespirable la atmósfera de la Tierra para el hombre y la mayoría de los animales. Una catástrofe natural o una guerra nuclear no habrían resultado tan patéticos. Pero sólo se trató de una broma.

Jueves, 27 de febrero, víspera de un puente largo porque el viernes era fiesta. Fuera, en el patio lleno cerezos en flor, la primavera invita a escapar. Muchos han sido más listos que Ana: la clase está medio vacía, y de los que han quedado, muy pocos hacen caso a las explicaciones del profesor de anatomía.

Ana lo vio con toda nitidez. Parecía una capsula endoscópica: mismo tamaño, aunque de color negro. Voló desde las filas del final del aula hasta chocar con el zapato de don Nemesio. El profesor no se inmutó porque tenía puesta toda la atención en hacer una incisión en el tórax del cadáver que cubría la gélida camilla de acero. Otro fiasco que agregar al graciosillo de la clase, pensó Ana; pero la cápsula se partió en mil pedazos, soltando su contenido: una neblina gris y espesa que ascendió con rapidez, disolviéndose con el aire y enredándose en los objetos metálicos. Cinco minutos más tarde, el profesor blandió el bisturí para dar mayor énfasis a sus explicaciones y la cuchilla voló, dibujó una parábola perfecta y fue a parar a la mano del listillo de la clase. Todos creyeron por un instante que estaba herido, pero sólo era una mancha de óxido que desapreció con un soplido.

El fin de semana fue tan movido en las páginas de sucesos de los noticiarios, que después de cinco accidentes aéreos, dos descarrilamientos de metros, otros tantos de trenes y tres edificios colapsados, Ana prefirió desconectarse de todo lo que ocurría fuera de los claustrofóbicos límites de su apartamento de estudiante. Cuando el lunes volvió a la universidad, la cubierta de cerchas metálicas del aula de anatomía, había colapsado.

Sólo era un inofensivo artículo de broma. El oxicrack se vendía por un euro la cápsula. Tenía el propósito de dejar sin cremallera al matón del instituto o sin hebillas la falda de una chica voluptuosa. En pocos segundos, oxidaba cualquier metal hasta convertirlo en polvo, y los efectos perduraban durante meses, o tal vez años, en la zona donde habían sido arrojadas.

Qué necias fueron las autoridades. Cuánto tiempo tardaron en relacionar causa y efecto. Para cuando eso ocurrió, el oxicrack era como un virus que había infectado todo el mundo. Accidentes de cualquier vehículo, incendios al romperse depósitos o tuberías, amenaza nuclear, colapso de las estructuras... y bajo tierra, las vetas metálicas, al oxidarse y aumentar de tamaño, producía tensiones capaces de provocar terremotos, algunos tan superficiales que la aceleración sísmica demolía los edificios ya dañados en un segundo.

La mayoría de las mujeres que viajan en la nave espacial son animales reproductores. Si no cumplen su fin, terminarán entrando en la cadena alimenticia del resto. Escapar de un planeta moribundo, no significaba salvarse, sólo prolongar la agonía. Deambular por el espacio hasta que el combustible se agote o un asteroide los desmenuce. La canica iridiscente se ha reducido a la mitad de tamaño. Veintitrés siente la humedad de la menstruación en la entrepierna, y sonríe. 

6 comentarios:

  1. Increíble historia! si es de tu autoría te exijo que le des continuación. De lo contrario, por favor, te pido que me digas el nombre del libro. Últimamente estoy un tanto atraído por las historias de "futuros espaciales", y esta me ha parecido excepcional.

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    1. Huy, me halagas. Sólo es una historieta, consecuencia de la indigestión nocturna de una pizza picante. Seguramente tendrá continuidad la próxima vez que me siente mal la cena.

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  2. Es una situación un tanto paradójica. Por una parte quiero seguir leyendo, y por otra parte no me agrada la idea de que sufras de indigestión! Bueno, la decisión es lógica: cena algo más saludable, una sopa de mondongo venezolano (http://es.wikipedia.org/wiki/Tripas#Mondongo_venezolano) (Luego me enseñas como pegar un link, busqué pero no encontré cómo hacerlo).

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  3. Suelo cenar cosas más saludables: una fruta o un yogur. Pero ese día tenía hambre.

    El mondongo venezolano lleva los mismos ingredientes que el callo madrileño, pero su aspecto es completamente diferente.

    En las respuestas no se suele poder poner letras en cursiva, ni negritas, ni links, a no ser que se utilice el lenguaje HTML, el cual no conozco, pero sí tengo una chuleta

    No suelo tener problemas con el estómago -ni con ninguna otra parte de mi anatomía- pero seguro que alguna otra razón me obliga a permanecer en vela una de estas noches y la nave seguirá surcando el hiperespacio.

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  4. Excelente!!! colonización espacial, régimen dictatorial, el oxicrack que se coló en alguna nave espacial, vida inteligente que nos ayuda, civilizaciones bárbaras que nos quieren de comida, y les guste el tabasco. Dejavu, creo que en alguna ocasión mencioné canibalismo con salsa picante, aunque lo dudo, ya que hasta el momento eres la única a quien comento...

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    1. ¡Jajaja menuda imaginación tienes!

      Dicen que la carne humana se parece bastante a la de pollo, así que tiene que estar rica con salsa picante.

      .... Los engranajes comienzan a funcionar.

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