martes, 10 de diciembre de 2013

La jaula de piedra

Antes de que mi padre se volviera senil, su único tema de conversación era los negocios; desde que el pasado se ha convertido en su presente y su futuro tiene los días contados, sólo habla de una mujer llamada Alicia. Nadie la conocía. Nadie sabía quién era. Con la excusa, en realidad una mentira descarada, de intentar satisfacer el último deseo de un moribundo, llamé a Catalina. Mi tía no supo negarse y aceptó levantarle el veto. Mi hermanastra llegó una mañana de domingo muy temprano, embutida en un traje de noche oscuro que podía confundirse con un camisón, una flor mustia enredada en el pelo ensortijado y unos tacones afilados como cuchillos. A su paso dejaba el estruendo de su caminar y un hedor agrio a tabaco, sexo y perfume que saturaba el aire de la casa, ya viciado por la enfermedad y las medicinas. La conversación -dos monólogos, en realidad- fue tan breve que Catalina me sorprendió cuando subía la escalera para esconderme en la habitación contigua a la de mi padre, para poder escucharlos. Como excusa a mi presencia, sólo se me ocurrió afirmar que iba en búsqueda para invitarla a desayunar. Aceptó un café con leche y las porras, ya frías, que sobraron de nuestro desayuno. Me pareció el paradigma de la elegancia la forma que tenía de comer, sujetando el churro con los dedos índice y pulgar de la mano izquierda y el vaso de café y un cigarrillo con la derecha. La pregunta no le cogió por sorpresa. Alicia fue la segunda mujer del viejo. La única que no se cargó. La única lo suficientemente lista para dejarlo antes de que la matara. Protesté. Lo de mi madre había sido un accidente. Se despeñó en el acantilado de Cerro Gordo. Mi madre no se suicidó. Los recuerdos atravesaron la coraza de Catalina y le llenaron de lágrimas los ojos. Hizo que bajara al sótano con la excusa de darle el regalo de navidad. Le pidió que cerrara los ojos y le disparó en la sien. Lo vi todo escondida entre las cajas. Me descubrió, pero no me hizo nada porque me sabía demasiado miedosa. Cuando me hice mayor y dejé de ser tan cobarde, mi palabra valía lo mismo que mi reputación. 

Antes de irse, Catalina me hizo dos peticiones: que no la llamara para el funeral y que dejara de buscar a Alicia porque puede que nuestro padre sólo quiera arrastrarla con él. No la saqué del error. Sé perfectamente dónde está Alicia. Antes de que la enfermad lo anclara en la cama, mi padre ponía en el tocadiscos un viejo vinilo de John Coltrane, My Favorite Things iba hasta el fondo de la galería, donde hay un arco ciego, y acariciaba el paramento con una ternura de la que mi madre o yo nunca fuimos destinatarias.

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Historieta al ritmo de My Favorite Things. 

2 comentarios:

  1. Yo a menudo peco de inocente, ingenuo e incluso fuera de órbita. ¿Esta narración es tan sólo ficción? El motivo de la pregunta se debe a que eso puede perfectamente pasarte a tí, a mí o a cualquiera.

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    1. Esta historieta está inspirada en un hecho real:

      http://www.youtube.com/watch?v=zlJIe0f6bAo

      Un hombre mató a tres de sus esposas y a dos de sus hijos. No lo pillaron hasta el final, cuando ya estaba enfermo, con un tumor cerebral.

      Da mucho miedo pensar que te puede asesinar alguien en quien confías y quieres.

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