lunes, 7 de octubre de 2013

Una isla

Incluso cuando duermo echo en falta a Guille: me acuesto en mi lado de la cama y despierto al borde del suyo porque inconscientemente busco el contacto de su espalda. Aún tardará unas tres semanas en venir. Las cosas han cambiado. Los viajes que antes hacíamos como si fueran a la vuelta de la esquina, los restringimos, no porque la cosa vaya tan mal que no nos lo podamos permitir, si no porque pensamos que todo es susceptible de empeorar y ahorramos.

Estos días ni siquiera lo tengo asomado a la ventana del Skype haciendo preguntas, queriendo saber qué he comido, qué estoy haciendo, por qué me río con el libro que estoy leyendo... Anda midiendo un terreno muy amplio cerca de la frontera con Francia, perdido en mitad del campo, de la nada más absoluta donde no es posible las comunicaciones, sin cobertura para el teléfono. Da miedo que le pueda ocurrir algo. Un mareo, la apendicitis, la picadura de un insecto... pueden ser insignificantes en mitad del mundo civilizado, pero catastrófico sin nadie que lo pueda socorrer. 

2 comentarios:

  1. Está muy bien ese pensamiento previsor, aunque no creo que empeoremos más, pero tampoco sería de extrañar que los ¿responsables? económicos, que provocan las crisis, pero que no las padecen, nos lleven casi a la indigencia, luego, por fuerza' todo sería mejorar.

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    1. Los colegios profesionales vaticinan el final de la crisis para 2018, aún queda bastante (si damos por buena esa fecha). En este momento no nos van mal las cosas gracias a la revisión de la Ley de Costas que ha hecho que muchas personas con parcelas junto a la playa necesiten revisar los lindes (es lo que está haciendo mi marido) mientras yo me ocupo de hacer periciales por aquí abajo (es como si a la gente sólo le quedaran ganas de litigar). Pero veo la situación de algunos de mis compañeros, y da mucho miedo. La mayoría viven de sus padres o parejas, pero también hay alguno que está al borde de la indigencia.

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