sábado, 7 de septiembre de 2013

La voluntad de los objetos inanimados

A veces pienso que los objetos tienen vida propia y que se alían para complicarme la existencia. Que, como los juguetes de Toy Story, recobran vida cuando no hay nadie presente y se congregan para planear la estrategia que me fastidie. 

Comenzó el miércoles por la tarde, con el ordenador que suelo utilizar en el estudio. Antes cogía el portátil, pero ahora que no tengo que ir constantemente a Málaga, me he habituado a la torre fija.  Los hombres son animales de costumbres, y las mujeres bichos de rutinas inamovibles. Aunque en la oficina hay cinco puestos de trabajo activos, siempre utilizo el mismo, el que está más apartado de la puerta y tiene los ventanales de la terraza a la izquierda. En ese ordenador, sin pretenderlo, he ido acumulando todos los programas, todas las modificaciones de esos programas, la música que me gusta (imprescindible el Requiem de Mozart para resolver algunas estructuras complicadas) y la personalización de cuanto necesito para mi trabajo (para el ocio aún utilizo el portátil). De repente el pc dejó de funcionar después de un apagón. No terminaba de cargar el sistema operativo, se quedaba el puntero parado en mitad de una pantalla en negro. Lo reinicié, lo desconecté del todo, lo encendí de nuevo, cambié los cables, lo abrí... seguía igual. El jueves por la mañana vino el técnico. En cuanto él lo conectó -sin hacerle nada- ¡funcionó! Cinco veces repitió la operación y las cinco veces completó el encendido sin problemas.



La maleta también se rió de mí el mismo jueves. La hice para pasar un par de días con mi madre y me di cuenta que se había engullido: dos tampones, 3.72 € en monedas sueltas, una llave que no recuerdo de dónde es y el cable de la cámara fotográfica que llevaba buscando tres días. Pero es como si las moléculas de todos estos objetos se hubieran expandido y colado entre las de la tela del forro porque no encontré ningún roto o trozo despegado por el que se hubieran podido colar. Al final tuve que hacer un pequeño corte en la tela gris para poder recuperar todos los objetos. 

La mayor carcajada fue del paraguas esta misma mañana. Un día de pleno invierno se extravió y ha aparecido al final de verano (¿dónde está el calentamiento global?). Amaneció con truenos y diluviando. Mi madre me acompañó al coche porque llegué con la maleta sólo pero me iba cargada con recipientes llenos de su comida o de huevos de granja -mi madre está convencida que los únicos huevos comestibles son los comprados en los pueblos, y será verdad-. Antes de salir de casa, se jactó de la ganga que había comprado en el bazar asiático del pueblo: un paraguas por tres euros. Le solté el rollo que los paraguas y los zapatos es mejor comprarlos de buena calidad para que duren. El mío, el que siempre llevo en el bolso porque es pequeño y ligero -bueno, llevaba, que ha pasado a mejor vida- me costó unos 30 € en unos grandes almacenes. Es automático. Se le da a un botón y se abre sin esfuerzo. Plot. Hoy le di al botón e hizo: ¡plit! y la parte de la tela y las varillas salió volando, por encima del árbol que hay frente a la casa de mi madre. Aún escucho sus merecidas carcajadas (las de mi madre). 

2 comentarios:

  1. Cierto, cierto, parece como si los objetos se confabularan contra los humanos en algunas ocasiones y por alguna causa desconocida.
    El caso que me ocurrió y que ahora me viene a la mente, también tiene su misterio.
    Hace años, cuando viajaba en mi coche con regularidad, regresaba a Sevilla desde Algeciras por la Ruta del Toro. Me paré para hacer un descando en un apartado de la carretera a la Altura aproximada de Medina Sidonia. Cuando quise encender el contacto para continuar el viaje no me era posible arrancar el coche, esperaba, volvía a intentarlo, lo movía un poco, pero todo como si nada, parece que se había revelado contra mi.
    Ya desesperado y como entonces no había móviles, tuve que hacer auto-stop hasta la venta más cercana para llamar a una grúa a Jerez. Después de larga espera en una inclemente tarde, llegó el conductor de la grúa le dio al contacto y arrancó ¡a la primera!. Nos quedamos atónitos, pero lo cierto es que no se repitió ese problema.Por precaución viajamos en contacto hasta Jerez, entramos en el taller y todo estaba bien.

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    1. Lo malo es que después de un suceso semejante, es complicado tener confianza en el coche. Es inevitable el temor de que vuelva a ocurrir.

      Qué extraño es ahora imaginar la vida sin móviles. Parece como si siempre hubieran existido.

      Los coches son mi peores enemigos. Con Guille, que los suele desarmar y mimar, funcionan perfectamente, conmigo siempre se resisten a arrancar cuando hace frío, o a cerrarse el maletero.

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