sábado, 17 de agosto de 2013

La de vueltas que da la vida

Creo que siempre he tenido bastante buena suerte con la gente que he ido encontrando a lo largo de la vida. Familia, amigos, compañeros de clase, compañeros de trabajo, vecinos, conocidos... todos, aunque entre ellos hay incluso un narcotraficante, se pueden calificar de buena gente. Por supuesto que algunos me han hecho daño, y yo he hecho daño a muchos, pero siempre involuntariamente y porque a veces, tomar una decisión en la vida implica fastidiar a alguien. (Ejemplo: cuando decidí irme a Barcelona, mi madre se sintió abandonada, aunque ya no vivíamos juntas). También están las personas con las que no me llevo bien o les soy antipática; eso sólo es incompatibilidad de caracteres, no nos convierte en malas personas. 

Se puede considerar que por regla general la gente es buena; pero en toda regla existe una excepción, porque si no sería un axioma. Mi excepción se llama Antonio M.P. Fue un compañero de carrera y de trabajo. Su misoginia le llevó a exigir al jefe que teníamos en común que nos echara a una aparejadora y a mí del trabajo si quería continuar disfrutando de sus servicios. El jefe lo invitó a irse. 

Cuando volví a Granada, sin buscarlo, me fui enterando del periplo de este sujeto: Antonio está trabajando el Ayuntamiento de Jaén, han echado a Antonio del Ayuntamiento de Jaén, Antonio ha abierto un estudio en su pueblo, Antonio ha cerrado el estudio... 

Esta mañana, repasando el correo electrónico, he encontrado un e-mail de mi antiguo compañero. Solicitaba trabajo. El correo venía acompañado por un currículum vítae inflado como un buñuelo. He estado tentada a responderle con un reproche por lo que intentó hacernos a la aparejadora y a mí (más a ella, que llevaba trabajando diez años con el arquitecto y tenía cargas familiares). Al final he optado por contestarle con una carta tipo: Estimado compañero, lamento informarte que en estos momentos nuestra plantilla está al completo... (mis dedos se saben de memoria esta carta, de las veces que la he escrito en los últimos meses). 

¿Quién sabe? Puede que una nefasta casualidad nos haga coincidir en el futuro.

2 comentarios:

  1. Pues espero que Antonio no lea tu blog.
    ;-)

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    1. Ja, mi instinto sádico disfrutaría si así fuera. Antonio no quería que supiéramos lo que había hecho: solicitar que a nosotras nos echaran para seguir él trabajando en el estudio, y le hizo prometer al jefe que no nos diría nada. El jefe cumplió su promesa. Se lo comentó a su esposa y ella nos lo comentó a nosotras. Nadie incumplió su promesa. Aunque seguro que encontraría una cabeza de turco a la que culpar, porque de sus errores los responsables siempre éramos los demás y de los aciertos de los demás y de los propios, siempre eran gracias a él.

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