lunes, 20 de mayo de 2013

Mientras agonizo

En el Destacamento de Aviación donde pasé la primera parte de mi infancia, todos los meses de septiembre limpiaban la oficina de obras y nosotros, los niños, íbamos a garrapiñar cuanto podíamos. Lo que más apreciábamos eran los planos viejos. Enormes formatos que nos servían para hacer gigantes barquitos de papel. La piscina permanecía llena todo el invierno. Sólo dos semanas después de haber dejado de usarla, su contenido parecía puré de guisantes porque la depuradora permanecía parada. Echábamos al agua nuestros barquitos, los muy pequeños -simple formatos A4- y los titánicos -formatos A0-. El juego consistía en hundir los barcos. Nos presentábamos armados con nuestros tirachinas (la boca de una botella de plástico -las de los batido Puleva de litro, eran ideales, un globo y como armas, garbanzos-. La única prohibición que nos imponían por medio de una advertencia era: Cuidado, no os vayáis a saltar un ojo. Nuestros barcos no tenían parte delantera, trasera, derecha o izquierda. Tenían proa, popa, estribor y babor, respectivamente. A base de cañonazos (garbanzazos), los mandábamos al fondo de la piscina. El juego no estaba tanto en ganar como en no perder, porque quien quedaba el último se llevaba un castigo. Yo era la más pequeña y llevaba las de perder, no tenían compasión de mí. Por lo general el castigo era un golpe en la frente: ponías los dedos como si fueras a tirar una canica y al dabas en el cráneo con tanta fuerza que era muy fácil ver la estrellas, literalmente (mi cabeza tenía la resonancia de una sandía). 

Pensé que Cabo Trafalgar, de Aruturo Pérez-Reverte, podría ser divertido. Recordar en parte (salvando todas las distancias) las peleas navales que nos tomábamos tan en serio. Pero después de llevar con el libro más de un mes y no haber avanzado en su lectura más de la mitad, me doy por vencida. Razones: creo que únicamente la mezcla. Parece que Pérez-Reverte se ha estudiado hasta el mínimo detalle los barcos que lucharon en la batalla de Trafalgar, tanto por el ejército hispanofrancés como británico, conoce los uniformes, cada uno de los elementos que componían, quienes eran los soldados, los que habían sido reclutados a la fuerza, los que tenían muy buena base, pero no eran pagados y los que eran unos cobardes... Da la sensación que Arturo Pérez-Reverte podría decir sin equivocación cuantos soldados se defecaron en los pantalones al escuchar el primer cañonazo. Pero, por otra parte, utiliza para contar la historia que parece conocer tan bien, un lenguaje tabernario que hace bostezar a las pocas páginas. Queda ridículo la imitación de acentos franceses, ingleses y sobre todo el andaluz. Así que he llegado a la conclusión de que no estoy capacitada para leer este libro. Hacía mucho tiempo que no me ocurría, tanto que ni siquiera recuerdo cuál le precedió.


2 comentarios:

  1. ¡Que barbaridad! ¡Que envidia por tan amena y prolífica "pluma"! Rebasaría al mismísimo Lope de Vega si estuviera dedicada al teatro, con aquel dicho de : Más de cien obras en horas 24 fueron de las Musas al teatro.
    Yo leí ese libro. No me gustó. Demasiado técnico, pero sobre todo porque fui marino de la Armada Española y no me apetece recordar el resultado y menos las consecuencias. Sí, yo no estuve en la Marina como para hacer la "mili", fui profesional, lo que ocurre es que opté por tornar a la vida civil a los tres años y medio.
    Muy divertido que emplearais términos marineros en vuestros juegos infantiles. Yo hasta me llevé una severa broca por decir cuerda en vez de cabo. Me dijeron que en la Marina solo existian dos cuerdas: La del reloj (los antiguos claro está) y la de la campana. Una que colgaba del badajo de una campana que se tañia en determinadas llamadas de alarma. Con la nueva tecnología, tal vez ya ni existan esas dos cuerdas.

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    1. Qué envidia (por su experiencia como marinero). Una de las cosas que me hubiera gustado, es saber navegar, cruzar el Pacífico en un pequeño velero sin ninguna compañía (claro, que en ese caso me debería haber llevado todo un cargamento de biodramina, que el vaivén de los barcos me marean). Mi única experiencia con los barcos, es haber ido a Ceuta y Melilla.

      Mis hermanos y sus amigos se tomaban todos los juegos muy en serio. En una ocasión hicieron una barca con las maderas de una mesa y hasta le dieron con alquitrán en las juntas. De poco sirvió: al día siguiente la encontramos en el fondo de la piscina.

      Gracias por su comentario

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