jueves, 20 de diciembre de 2012

Mientras agonizo

Ufffffffff qué trabajo me está costando terminar de leer Diario de un skin de Antonio Salas. Demasiados datos innecesarios -o al menos que a mí me traen sin cuidado-: grupos y subgrupos de los skin, grupos musicales, repetición de la estética... 

Tenía una profesora de lengua que decía: Cada persona tiene su verdad. En mi vida sólo me he encontrado de forma directa con dos cabezas rapadas. Ambos eran más parecidos a la idea que las personas normales tenemos de esa gente que a la que proporciona Antonio Salas en su libro. Uno de ellos era universitario (estudiaba magisterio, pero creo que no terminó la carrera), el otro trabajaba de mecánico. Ambos leían mucho y eran capaces de soltarte sentencias sacadas de Mi lucha, de Hitler. Ni la universidad ni la lectura hace que alguien sea inteligente. Estos, en concreto, eran bastante cabezas huecas capaces de llenar tanto espacio baldío únicamente  con ideas que confirmaran sus creencias. Si algo las contradecía, les daban la vuelta, las manipulaban, para hacerlas adaptarse a lo que necesitaban. No creo que fueran muy diferentes a los miembros de cualquier secta. Se les sustituía los tirantes por una corbata; se les amputaba de debajo del brazo Mi lucha y se les implantaba una biblia, y se transformaban en dos de esos meapilas que vienen a horas intempestivas a hablarte de Dios. Me hubiera gustado que en Diario de un skin se hablara más de las razones que llevaron a cada uno de los sujetos con los que el periodista se topaba a decidir ser un skin. Estos dos, a los que yo conocí, sospecho que sólo se dejaron arrastrar por un tercer amigo de personalidad mucho más fuerte que la de ellos.

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