jueves, 9 de agosto de 2012

Los miserables

Desde mi escritorio, a través del vidrio sucio, veo carteles de "Se Vende" en las ventanas de cuatro pisos y dos coches que están aparcados junto a la acera. Si el soportal del edificio no me lo ocultara, también vería dos o tres locales comerciales con el mismo cartel. 

Uno de mis antiguos jefes me ha llamado para averiguar cómo nos iba a nosotros. Se ofrece para hacer cualquier trabajo, lo que sea. Era uno de los arquitectos señorito, capacitado para dar órdenes, brillar por su humor y su labia en las comidas de trabajo y hacer bocetos en las servilletas de los bares. Ahora ha aprendido a manejar el AutoCad y el Presto. 

A las puertas del Mercadona, en El Camino de Ronda, el que está más cerca de la calle Alhamar, hay un señor pidiendo limosna. Es español. Tiene dos hijos pequeños, no tiene trabajo y no recibe ninguna ayuda. Al final de la calle San Antón, otro señor en las mismas condiciones. Ambos relativamente jóvenes, de no más de 45 años. Este gobierno nos está convirtiendo en un país de pedigüeños.

Antes de que cerraran el Colegio de Arquitectos por vacaciones -es un edificio fantasmal- hablo con los pocos compañeros que pululaban por sus silenciosos pasillos -ni siquiera estaba abierta la cafetería-; les aterra el  uno de septiembre. Saben que va haber una avalancha de arquitectos que se van a dar de baja porque ya es imposible seguir asumiendo los gastos colegiales y seguros si a la situación precaria en la se estaba antes, ahora hay que añadir el 21% de IVA y el 21% de retenciones. No salen las cuentas.

Mi cuñada tiene una forma de ser muy peculiar que le hace meterse en problemas constantemente. Al principio supusimos que exageraba. La semana pasada salía del centro comercial del Serrallo cargada con las bolsas de algunas compras que había hecho y con un par de menús del MacDonald. Dice que de repente se vio rodeada por un grupo de rumanas y que le arrebataron los menús con la excusa de tener hambre. No utilizaron la violencia, no la amenazaron ni le mostraron ningún arma. Sólo tuvo miedo porque ellas eran cinco o seis y ella estaba sola. Sollozaba al teléfono mientras me lo contaba. Ahora está aterrada, no quiere salir a la calle y tampoco deja a mi sobrina ir sola a la casa de su amiga, que está en su misma manzana. Después de leer la noticia de que varios miembros del SAT han asaltado un par de supermercados, ya no pensamos que mi cuñada haya exagerado al contar su historia. Lo más molesto de lo ocurrido es que mi cuñada no habría dudado en darles la comida si se lo hubieran pedido -se lo he visto hacer muchas veces-. Y es posible que con los supermercados hubiera ocurrido lo mismo.

1 comentario:

  1. Lamentable, lamentable situación. Yo comento la época mísera de mi infancia, pero había otro respeto por lo ajeno.
    La mención al Camino de Ronda evoca los muchos viajes que hacía a Granada por motivos laborales.

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