martes, 8 de mayo de 2012

La sinrazón desde el otro lado de la barrera

¿A quién le gusta los toros de la gente que conozco? A mi madre le gustaban -en mi familia siempre hemos estado algo asilvestrados-. La recuerdo planchando ante la TV las tardes de los fines de semana, y yo bajo la tabla de planchar, pegada a sus pies. Si el toro corneaba al torero, era capaz de chillar como si la herida se la hubieran infringido a ella. Podía reconocer a todas las primeras figuras, sabía de dónde era cada uno, recordaba fechas importantes de corridas memorables. Dejó de gustarle los toros sin razón aparente. Ahora lo ha sustituido por las carreras de motos. 

El psicólogo ayudante de mi tío Fermín. Era uno de sus ex alumnos. No sé cómo terminó siendo su ayudante porque mi tío, bastante dado al alago merecido -dice que hay que dar a conocer lo bueno que tiene cada persona porque es posible que aludido no lo sepa-, jamás le ha dedicado una palabra amable. A veces creo que lo tiene como un espécimen de investigación, para conocer los daños neuronales de un cerebro emponzoñado por el mercurio. Cuando este señor era un niño, estaba jugando con un termómetro delante del plato de sopa. El termómetro se rompió y el mercurio cayó en la comida -o al menos eso asegura él-. Para que su madre no le regañara se la comió.  Pensó que el mercurio, al ser un metal pesado, se quedaría en el fondo del plato. La bolita plateada no apareció por ninguna parte y él creyó durante semanas que iba a morir envenenado. 
La última vez que fui a ver a mi tío a su despacho de la facultad -ahora ya está jubilado-, me entretuvo su ayudante mientras lo esperaba. Me contó con todo detalle la última corrida de toros a  la que había asistido, incluido la curación de uno de los toros a los que indultaron. El veterinario tuvo que sanear la parte donde el animal había sido picado varias veces. El agujero que quedó en el animal era lo suficientemente grande para que cupiese el brazo de un adulto, hasta el codo. 

A Carlos, mi último ex novio. Me enteré que le gustaban los toros bastante meses después de haber comenzado a salir, y porque pagó las entradas con la cuenta conjunta que teníamos. 

Cercanos, que lo sepa directamente, creo que no conozco a nadie más que le guste los toros. ¿Qué tienen en común estas personas? Las tres son conservadoras; pensaba que no era un dato relevante, pero puede que esté equivocada. 

En Sangre y Arena Hemingway teme que se acabe la fiesta porque han obligado a los caballos a ir protegidos y ya no se verá en la plaza el continuo destripe. La fiesta continuó. ¿Por qué no inventan alguna forma para salvar a los toros? Para evitar que mueran en el ruedo. Pero sospecho que esta solución tan sencilla sólo haría infelices a todos.

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