martes, 3 de abril de 2012

Diario de un asedio - segunda parte

Día 3 de abril de 2012. Ha llovido. Ha diluviado. A mitad de la tarde un trueno rasgó la tranquilidad, le siguió un aire recio lleno de aromas a tierra mojada, y al final la lluvia, del tipo torrencial, como si acabara de llegar el verano, lluvia por rachas, parecía una lluvia falsa de película serie B, pero que dejó empapado todo, oscurecido, brillante y limpio; hasta que se secó y  ahora se puede ver una patina irregular de polvo en todos los coches oscuros porque el aire estaba sucio de todo un invierno sin lluvia. 

Dice mi madre -que es más supersticiosa que creyente, y más cristiana que católica, y mucho más defensora de prostitutas y pobres que de sotanas- que es cosa de Dios el que siempre llueva en Semana Santa. De un Dios furibundo con la turba de beatos y meapilas que se obstinan en convertir la fe en un acto social donde sólo importa la ostentación de la riqueza (mantos de vírgenes de terciopelo bordados con oro, joyas reales sobre pecheras de encaje, candelabros de plata labrada, peanas recubiertas de pan de oro...).

Resisto al asedio -segundo día-, sin novedad en el frente; aunque resbalé cuando volvía de correr. Calle Maestro Lecuona, es de adoquines rugosos y yo llevaba las zapatillas de deporte, que tienen unas suelas muy buenas, se adhieren al suelo como si fueran unos pies de gato (calzado para escalar); pero estaba mojado e hice agua planning con la cera roja de los cirios de quienes salieron de procesión ayer. 

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