miércoles, 22 de febrero de 2012

La importancia de llamarse Ernesto, o Paco, o Guillermo, o Santiago...

Creo que soy transparente, traslúcida, etérea, una mota de polvo que transita por los sitios sin posarse en ninguno ni ser percibida. 

Hoy estoy algo cabreada (un poquito solo, en justa medida, creo). Estamos haciendo un edificio en el Campus de la Salud de Granada. Es para un centro de experimentación donde se estudia tratamientos contra el cáncer y otro tipo de enfermedades. Lo firmamos otro compañero y yo, aunque el trabajo lo hemos hecho prácticamente nosotros (me refiero a las personas que constituimos nuestro equipo). Mi compañero está ya jubilado. Es el arquitecto a quien le compramos los derechos con los clientes cuando decidió jubilase tres años antes de cumplir la edad preceptiva, debido a la crisis (seguir trabajando, le costaba dinero, debido a que es un arquitecto tipo antiguo, y no sabe utiliza prácticamente ningún programa informático). Hoy día cualquier arquitecto medianamente preparado puede hacer un proyecto sin ayuda: planos (incluidas las instalaciones), memoria, mediciones y estructura. 

Hoy teníamos una recepción. Los promotores se han quedado cortos de dinero porque la Junta no ha dado toda la subvención que había prometido y estaban buscando "mecenas". Había gente de tres clases: los científicos, gente muy inteligente que a mí me hacen tenerles basatante espeto, gente con mucha pasta, estos me suelen ser indiferentes, y nosotros (mi compañero, Guille, los tres aparejadores que tendrá la obra, y yo). Nosotros íbamos para presentar el proyecto. Decir las prestaciones que iba a tener el edificio, el diseño interior y exterior, superficies, costo final, etc. Para empezar, el representante del promotor quiso que fuera mi compañero quien hiciera la presentación -supuestamente porque la edad infunde respeto-. Me he tirado toda la recepción mordisqueando canapés de salmón minúsculos mientras bebía una cerveza, y soplaba datos técnicos a mi compañero (quien ni siquiera sabía el número de plantas bajo rasante que tiene el edificio). 

En otras ocasiones me gusta ser invisible, pasar desapercibida (suelo meter la pata, y estar sin ser vista, es una ventaja para salir airosa de esas torpezas). Pero hoy sí me hubiera gustado pavonearme un poquito, ante los científicos que habitarán el edificio (a los de la pasta, mañana ni recordaré sus caras). Me hubiera gustado que supieran que el confort o la incomodidad que sientan cuando estén trabajando, se deberá a mí.  



2 comentarios:

  1. Qué gracia! Conozco a bastantes de los científicos que irán a es edificio. La vida es un pañuelo bastante pequeño. No te preocupes, me encargaré de que sepan que la arquitecta que no dijo nada es la responsable de la mayoría de aciertos (mucho, seguro) y defectos (pocos, seguro) del edificio.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. ¿No serás el Carlos de las salas de animales?

      La verdad es que sí, el mundo es muy pequeño y vayas a donde vayas, a poquito que converses con una persona, casi siempre encuentras gente en común. En las parcelas adyacentes a la nuestra, donde ya han empezado a construir (nosotros, por culpa de la financiación, aún tardaremos un par de meses en hacerlo) he encontrado a bastante gente conocida, gente con la que he trabajado en Málaga e incluso en Barcelona.

      Ayer sí estaba un poquito cabreada. Me había sentido desplazada, pero hoy ya se me pasó el "enfado" por completo. Esto de escribir el blog es casi una terapia (y no sólo por mi necesidad de escribir 1000 palabras para que no empeore mi dislexia). Suelto aquí lo que me molesta y no me está royendo el cerebro.

      Muchas gracias por tus palabras (ya sóis 11 personas y media la que os habéis pasado por este blog, como decía Ángela, debería empezar a preocuparme -o a tener más cuidado con mi forma de escribir-)

      Eliminar