martes, 28 de febrero de 2012

El saco de Papá Noel

En el armario del dormitorio de mi madre aún habita el fantasma del único hombre que ha sido capaz de querer. De sus barras cromadas cuelgan algunos uniformes y trajes que fueron de mi padre. El uniforme de gala ya está amarillento y en una de las guerreras, seguramente la última prenda militar que se puso, la identificación con su nombre está dejando manchas de oxido allí donde los dos alfileres metálicos atraviesan la tela. Durante muchos años no se pudieron tocar las cosas de mi padre, ni se podía hablar de él. Cada persona necesita cargar con su dolor de una forma diferente, y mi madre lo hacía con el silencio. Nosotros lo respetábamos, o lo hicimos, hasta que comenzaron a gustarme los libros y la tentación de la docena y algo de cajas encerradas en una habitación, fue demasiado poderosa. Era como ir a una biblioteca, aunque sin fecha de entrega. Sacaba un libro, lo leía y lo devolvía. No tenía a nadie que me asesorara. Escogía los libros por el título o por la portada. Los primeros libros que cogí de aquellas cajas los recuerdo con todo detalle: Un capitán de 15 años, Justine, La náusea (de este no me enteré de nada), Fortunata y Jacinta (me gustó particularmente porque mi madre la tenía en vídeo).... Dejé de ser cuidadosa ocultando los libros y al final todos sabían lo que hacía. En cuanto nos mudamos, los libros de las cajas tapizaron las paredes de mi dormitorio.

Pero hasta que no tuve unos 14 o 15 años, no entré a una librería para comprar un libro que no fuera de texto. Fue un premio de consolación. Había estado ahorrando para un concierto donde tocaban diferentes grupos, yo iba principalmente por uno muy cutre del que, si mal no recuerdo, se llamaba Derikuza. Era en una discoteca y no me dejaron entrar por ser menor de edad. Mi  hermano mediano, quien se dejaba siempre convencer para acompañarme a los lugares, debió verme tan abatida que, en lugar de volver a casa, estuvimos un rato dando vueltas por Málaga. Hasta que recalamos en una librería que estaba frente al puerto. Me sorprendió que me dejaran hojear los libros, tocarlos, leer algunas páginas, que sólo un dependiente hubiera preguntado, sin acercarse siquiera, si podía ayudarnos en algo o sólo estábamos mirando -como si nos invitara a seguir haciéndolo-. Me avergüenza admitirlo, pero debo confesar que el primer libro "de placer" que compré con mi dinero, lo escogí por la portada. La larga marcha, de Richard Bachman, o lo que es lo mismo -o no- de Stephen King. Cuando Stephen King utiliza su alias, es como si estuviera más apegado a la realidad. Se contiene y evita esos excesos que te hacen pensar que escribe bajo los efectos de algún psicotrópico o, al menos, un fuerte golpe en la cabeza. 

2 comentarios:

  1. .
    ¿'Justine'?
    ¿Te refieres a 'Justine' del Marqués de Sade?
    Carambolas, BeKá.

    ;-)

    ResponderEliminar
  2. La misma. Qué pena me daba, pobre chica, cuántas vicisitudes sufría. (Ten en cuenta que nadie me decía qué podía y qué no podía leer).

    En mi vida sólo me han aconsejado que no lea dos libros. Quo vadis, una profesora de literatura, pensando que me iba a aburrir (se equivocó) y Caballo de Troya (una ex cuñada, por semejantes razones que la anterior) consejo que debería haber seguido.

    ResponderEliminar