Mi psicopedagoga quiere que, si sigo con la absurda idea de aprender inglés, escriba al menos 1000 palabras en castellano todos los días (nunca había contado las palabras que escribo, y ahora tampoco lo estoy haciendo, pero escribo siempre que tengo algunos minutos libres -cosa más aburrida debe ser eso de contar hasta mil palabras-). Cuando era pequeña tenía un CD con dictados. La voz del hombre que leía las frases que yo debía escribir (aprovechaba también para mejorar mi caligrafía, que era bastante nefasta, tipo niña de colegio de monjas, ampulosa, con adornos superfluos y enormes º en las is) era la misma de algunos documentales que veía por la TV. Era una voz muy nítida y clara, perfecta en su pronunciación, algo metálica, bonita; pero como yo la asociaba a la pesadumbre de los dictados interminables -mientras mis compañeras de habitación lo dedicaban a hacerse trenzas o a hablar de chicos- terminé odiándola.
Ahora es mucho más divertido escribir este blog, que no los interminables dictados de frases absurdas: "La araña aletea airada por sufrir aerofagia". Siempre que leía esa frase, imaginaba a una bolita negra con ocho patas y alas como de mosca que se desplazaba en su vuelo gracias al metano que le servía de propulsión.
En este mismo momento, por ejemplo, estoy escuchando el Réquiem de Mozart mientras en una de las pantallas del mismo ordenador se calcula una estructura y en la otra pantalla, tengo abierta la ventana desde la que escribo esto. Cuando se termine de calcular la estructura, saldré a correr durante una hora, volveré, una ducha rápida, esperaré a que se me seque el pelo mientras respondo algunos correos electrónicos, echo un ojeada a los nuevos comentarios de Solo Arquitectura y si tengo suerte, antes de acostarme podré leer la nueva entrada en el blog de Antonio Muñoz Molina.
Si tuviera imaginación podría escribir sobre lugares lejanos o me inventaría personajes extraños, sofisticados, llenos de carisma... pero como no tengo ni un ápice, sólo puedo escribir de lo que me ocurre día a día, de lo que veo o de lo que pienso.
Doce palabras por reglón, aproximadamente, 23 reglones, eso son unas míseras 276 palabras... va a ser complicado. Vaya, al final sí que he contado las palabras... aunque a grosso modo.