viernes, 9 de septiembre de 2011

Gili-voluntaria _ Primera parte

Desde antes de cumplir los 18 hasta los 23 años, fui voluntaria en diferentes asociaciones. Fue sólo una etapa más de las muchas que se pasan en la vida. Ser voluntaria es la forma más fácil que hay de fastidiar a los demás sintiéndote buena persona. La primera asociación que estuve se llamaba Adobe (no llegaba a ser una ONG por algún tecnicismo) y se ocupaba, supuestamente, de ayudar a los más desprotegidos: desde crear escuelas en la India a encaminar a los niños de los reformatorios (en realidad servía, sobre todo, para que los voluntarios más antiguos pasaran tres meses de vacaciones en países subdesarrollados con cualquier excusa). A mí me designaron a los reformatorios. Ahora, me cuentan, están llenos de niños magredís que cometen algún delito menor para quedarse en España a cumplir la pena e intentar escaparse; por aquel entonces lo que más había eran niños de la etnia gitana que habían cometido alguna barbaridad (por robar en el Corte Inglés no encierran a nadie). Me utilizaron como profesora de apoyo en matemáticas. A algunos había que enseñarles lo más elemental. Fue una tarea más o menos gratificantes. Tendría recuerdos completamente satisfactorios y felices de aquella época, si no llega a ser por Reinaldo, un chaval que estaba encerrado por trapichear con droga. Tenía 17 años y en cuanto cumpliera los 18 años iba a pasar a una cárcel para adultos. Me pidió ayuda y durante tres meses estuvimos mandando constantemente cartas, burofax y telegramas a la Casa Real, a la reina, en concreto, y al ministerio del interior. Contábamos su historia: Había nacido en una familia disfuncional. Su padre, su madre y sus hermanos, todos, eran consumidores de droga y trapicheban para costearsela. Él había dejado la droga desde que entró en el reformatorio (hasta incluíamos un análisis de orina) y aprendido el oficio de soldador; además hacía deporte y estaba aprendiendo inglés y japonés porque se le daban muy bien los idiomas. El mismo día que cumplió los 18, en lugar de mandarlo a la cárcel para adultos, lo echaron a la calle. Dijo que nunca olvidaría lo que había hecho por él. De vez en cuando recibo noticias suyas -directa o indirectamente-. Su padre murió de una sobredosis. Su madre está hospitalizada con problemas mentales. Su hermano mayor murió cuando hacía de mulero. Su otro hermano está en la cárcel. Su hermana, aunque está como una cabra, parece que no tiene problemas y está viviendo en la casa familiar. Él está por Sudamérica (es fácil imaginar haciendo qué). Me mandó como regalo, sin saberlo de bodas, un palo de lluvia. Cumplió su promesa de no olvidarme. Al menos aún no lo ha hecho. El palo de lluvia lo tengo guardado en el trastero. Procuro no darle golpes, no vaya a romperse y salir de su interior un polvillo blanco. 


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