jueves, 25 de agosto de 2011

La capacidad de ser invisible

Me gusta ser invisible. Creo que es algo que me viene de pequeña. Nos llevaban al colegio en furgones militares. Atraíamos las miradas. Me sentía importante; hasta que un niño le preguntó a su madre si éramos niños de la cárcel. La madre no lo desmintió, sólo exigió que se callara después de dedicarnos una mirada suspicaz.

Es fácil ser invisible en esta ciudad. Debes mimetizarte con cada uno de los barrios por los que te muevas. La capacidad de ser invisible es directamente proporcional a la cantidad de carne que cubras (siempre que no sobrepases unos límites). Si llevas mangas largas en pleno mes de agosto, dejas de ser invisible y te conviertes en sospechosa de ser drogadicta o una indigente que no dispone de dinero para cambiar el vestuario con la estación del año. Ser invisible también es inversamente proporcional al tamaño de tus tacones y al número de abalorios que te cuelgues. El color más apropiado para ser invisible es el gris. Llevar incrustados en las orejas los auriculares del ipod, también ayuda a la invisibilidad. 

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