martes, 16 de agosto de 2011

Desconocidos íntimos

Cuando era pequeña me resultaba muy fácil hacer amigos. Hola, chicos. ¿Queréis ser mis amigos?, era la frase que solía soltar. Sólo le tenía respeto a los grupos muy numerosos o a los niños que eran bastante más mayores que yo (en ese caso siempre recurría a mis hermanos). Pero ya no tengo ni recuerdo de cuándo fue la última vez que hice amigos tan directamente, sin esperar a que las vicisitudes de la vida me los impusiera al chocarme con ellos en el camino: por compartir clases, cursos, trabajo...

Por donde vivo hay un señor, unos treinta y muchos, con el que me encuentro muy a menudo. Yo lo llamo Robinson Crusoe por su aspecto desaliñado: flaco, siempre con ropa muy holgada, barba larga y descuidada y pelambrera igual. Me lo encuentro en el supermercado (tiene un carro de la compra morado, como el mío -al que tuve que colgarle un muñequito para diferenciarlo-) en la librería, en el parque que hay frente a mi casa -pasea con una señora mayor que debe de ser su abuela-, en la Plaza de las Paciegas -durante uno de los conciertos gratuitos que daban  el mes pasado todos los viernes por la tarde-... Sé que tenemos muchas cosas en común y me gustaría hacerme su amiga, pero he perdido práctica. Si le suelto lo de "Hola, ¿quieres ser mi amigo?" seguro que lo espanto (me tomaría por una loca). Guille me aconseja que lo aborde en el supermercado.... Es curioso, cuando era niña deseaba hacerme adulta para tener más seguridad en mí misma.

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