miércoles, 15 de junio de 2011

El relojero obcecado

Tengo en la memoria el día exacto en el que tuve consciencia de la no existencia de Dios. Tenía 6 años, mayo. Dos días antes había hecho la comunión porque el Capellán del Destacamento me había preparado personalmente (creo que como una especie de "regalo" a mi padre -ya conocían los resultados de su enfermedad-). Hasta entonces me había criado en un ambiente de indiferencia. No sé cuáles eran realmente las creencias de mi padre. Mi madre se considera cristiana, pero a veces me da la sensación de que es más bien supersticiosa. Mis hermanos, simplemente nunca han creído en nada -nadie se ocupó de inculcarles ideas religiosas, o si lo intentaron, no tuvieron resultados-. Yo iba a misa y creía en Dios por mimetismo con el grupo de niños que me rodeaba, todos hijos de militares (los militares tienden a tener más fe que el resto de la humanidad). Jugaba en el porche de mi casa con unas petacas rojas con las letras GR en gris que cogíamos de la galería de tiro. De repente me encontré preguntándome si lo que venía después de la muerte, no sería exactamente igual a lo que había ocurrido antes de mi nacimiento (la no existencia). Ahora me parece un pensamiento muy elevado para una niña pequeña, pero mi tío el psicólogo lo achaca a la cercanía de la enfermedad de mi padre. 

Ayer Guille se desternillaba de risa. Si ambos estamos en el estudio (él en el Barna o de Málaga y yo en el de Granada) tenemos conectado constantemente el skype y nos hablamos como si estuviéramos en la misma habitación. En la conversación salió El relojero ciego. Es uno de los pocos libros que Guille ha leído (sin contar los suyos específicos de topografía) y yo no (este hecho producía su hilaridad). Al mediodía lo busqué en la librería (no lo tenían, al final me lo he tenido que comprar por internet). Cuando volvía a casa, con el sobrepeso de La caligrafía de los sueños, me preguntaba si la religión ha sido realmente tan negativa para los avances científicos. Siempre he pensado que las religiones eran obstáculos, diques con las que se topaban los científicos y que estaríamos mucho más avanzados si nadie se les hubiera opuesto. Pero, ¿realmente ha sido así? Si desde el principio no hubiera existido ese impedimento que exigía a los científicos que demostraran empíricamente cada afirmación que hacían, ¿no habrían errado mil veces el camino que tomaban? Afirmaciones fundamentadas en ideas erróneas que nadie exigía rebatir porque a nadie "molestaba" que fueran reales o falsas... Supongo que con el tiempo a alguien se le ocurrirá hacer una simulación por ordenador que responda esta pregunta. Entre tanto, seguiré imaginando universos paralelos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario