domingo, 22 de mayo de 2011

Cicatrices

De arriba a bajo.

Sien derecha. Siete puntos. Hace tres años, en verano. La más solidaria. Una lipotimia porque llevaba un par de días sin comer. Mal de amores, como diría mi madre. Me abrí la crisma delante de un bar de la Diagonal. La gente se arremolinó junto a mí. Llamaron a una ambulancia, me hicieron compañía mientras esperaba, hasta me sostuvieron la cabeza cuando vomité (aquel fue un día para creer en la humanidad).

Un puntazo en el cuello. La que más sangró. En noviembre de hace tres o cuatro años. Sólo necesitó tres puntos de tela. Dos raterillos me pusieron una navaja en el cuello cuando volvía de madrugada a casa junto al puerto de Málaga (cerca de la calle Molina Lario). Creo que no pretendían hacerme daño. Salieron corriendo en cuanto vieron la sangre.

Antebrazo derecho. Un tajo que necesitó doce puntos (la más bruta). Supuestamente me la hice accidentalmente mientras dormía, al olvidar guardar el cúter con el que había estado recortando fotografías para un trabajo de historia. Siempre sospeché de una de mis compañeras de piso... pero no tenía pruebas.

Mano izquierda, anverso. Mancha roja. Recuerdo de una quemadura de segundo grado. El último año de carrera. Un compañero del bar donde trabajaba abrió el grifo de vapor de la máquina del café cuando yo estaba limpiando. Creo que aún se siente culpable (animalico)

Apendicitis. El día de la cruz de hace ocho años. Cuatro puntos. Fui a urgencias pensando que tenía un cólico, y antes de darme cuenta estaba tumbada en la mesa de operaciones. Por aquél entonces el día de la Cruz duraba una semana completa. Yo aún no tenía móvil. Nadie creyó que esos cuatro días los había pasado en el hospital y no de juerga. Como Jesús resucitado, tuve que enseñar la herida para que me creyeran.

Pie izquierdo. La más antigua y de la única que recuerdo el dolor. Era una niña. Menos de 6 años porque aún vivía mi padre. Correteaba alrededor de la piscina y me clavé una puntilla en el pie. Alguien, un lumbreras, dijo que no podían sacármela y me llevaron a casa (unos 200 metros de distancia) como si fuera un pinchito moruno: la puntilla ensartada en mi pie y un pesado tablón de madera.

No hay comentarios:

Publicar un comentario